Sunday, January 25, 2009

Una vasija donde la mujer coloca agua.

25 de enero de 2009
Cuando llegaron Antonio Reseco y José María Cumbreño, yo ya había escrito algunas páginas de mi diario, había tomado café mirando cómo Ana servía las mesas de los raros comensales de PdT, había hecho un par de paginas de mi diario gráfico [este año utilizo un cuaderno precioso que me regaló Marisol en su última visita], había leído 'Las hijas de Minias' en el libro IV de ‘Las Metamorfosis’ ovidias y unas páginas de ‘Dédalo o la ciencia y el futuro’, del genial John B. S. Haldane, había intentado arreglar el ordenador, que va a tirones, sin conseguirlo; había hecho acto de voluntad para limpiar la imprenta [imposible], había ido dos veces al baño con éxito, había recortado imágenes de un EPS [El País Semanal] viejo, había navegado en internet para leer la prensa del día y un trabajo muy interesante del colectivo ‘Alicia Bajo Cero’, había hecho cuentas para ver cómo salimos del IVA y del pago aplazado del impuesto sobre la renta, me había cagado en la puta madre de Phillip Morris porque me han subido el Chester al nisesabe, había bebido con gustito un copilla de Canasta y había puesto al día los asuntos pendientes de la imprenta y de SBQ.
Antonio Reseco y José María son dos hombres tranquilos en una buena lectura de Graham Green, afables, callados, inspiradores de paz y sosiego, con una tilde diacrítica de inteligencia puesta sobre sus cabezas... me encanta estar con ellos, aunque todavía no hemos encontrado el ratito largo y distendido que se precisa [llegará en primavera, estoy seguro, pues los tengo invitados a comer en La Venta del Bufón cuando estalle lo verde en el monte de El Castañar]. Es curioso cómo, sin conocernos, hay algo que nos une desde tiempos inmemoriales, una química extraña que me hace sentirlos pares y absolutamente cercanos, que me hace saber que son la mejor compañía para un viaje largo y una conversación llena.
El caso es que recogieron los libros que habíamos tirado en la imprenta para ellos la semana pasada, tomamos un café rapidillo, intercambiamos cromos [yo pillé dos cuadernos del Aula Jesús Delgado Valhondo, uno de Gonçalo M. Tavares –que José María me recomendó con entusiasmo– y otro de Eugenio Fuentes... y una revista de diseño limpísimo que bajo el título de ‘El Espejo’ recoge obra de Felipe Benítez Reyes, Alejandro Duque Amusco, José Luis Piquero, Mª Ángeles Maeso, entre otros], besé a esposas e hijos [los críos se llevaron dos bolsas de animales de goma con la sonrisa puesta en sus caras felices] y nos despedimos sin más.
Cuando se fueron Antonio Reseco y José María Cumbreño, me leí de un tirón a Gonçalo M. Tavares [y me gustó mucho, aunque algunos de sus textos me da la sensación de que no están bien volcados al castellano] y recordé mis días de ‘Formol con Havana 7’, pues había algo en ellos que era igual; dibujé, recorté, escribí y cené.
Una hora después, el Barça había ganado 4-1 al Numancia.
Sentí que el día había sido completo.

















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