Friday, March 13, 2009

Sin tiempo.


13 de marzo de 2009
Antes de nada, agradecer a M. su envío de material diverso [la poesía completa de Dylan Thomas, el cuadernito viejo y sicalíptico “Estudios modernos sobre la ciencia del retozo”, el ‘puching ball’ rojo, el disco de mi Angelote González, el orejero de ver, la geoda, el boli, la agenda tuneanta... todo hermosísimo y en muy buen momento, pues me hizo sonreír y casi echar unas lagrimillas]. Es chulo que le regalen a uno cuando anda zorolete. También a mi Miguelón [hoy el día va de emes] quería yo enviarle un abrazo, que me trajo con una sonrisa amplia el último disco de Justin Tchatchoua y me ha encantado. También me apetece mucho agradecer a Marian Raméntol Serratosa [otra eme] la inclusión de algo de mi obra en “La Náusea”, la magnífica revista literaria que dirige [http://www.lanausea.tk/]. Lo dicho, que os quiero un montón, amigos.
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Ando estos días sin tiempo por los montones de cosas que tengo que hacer [alguna rechula, como un mural de 4x1 metros que me han encargado para decorar la pared de un jardín], pero también ando tocado de los jodidos riñones [esta vez me ha dado fuerte y me he quedado como sin aire... pero no pasa nada, eh]... gracias a todos los que os habéis preocupado por mi silencio cortito [solo han sido un par de días].
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Viejo, ese crítico de página fija en Babelia siempre fue un creador estéril, y ésa es su tempestad tanto como su acomodo. No saber decir y pretender dar pautas sobre el que dice, es su noche y nuestro completo aburrimiento, el tuyo y el mío, viejo. Y lo peor es que siempre pretende moralizar en lo literario, intentando orinar en cada esquina de papel con ese afán de imbécil por construir iconos. De cada obra que recomendó en sus escritos, y nosotros conocíamos, arrojaba unas claves absurdas que apenas tenían que ver con la lectura de los verdaderamente interesados en la Poesía. Y, recuerdas, viejo, un día nos dimos cuenta de que todas sus críticas [siempre con el prurito de ‘textos magistrales’] eran realizadas sobre los últimos libros de dos editoriales mediáticas, repitiéndose con empacho nombres de autores y, cómo no, las mismas referencias siempre y resiempre. Yo me salto su página siempre, viejo, pero tú reincides y enrojeces mientras lees, y yo me descojono de risa cuando te oigo decir en voz alta... “¡será gilipollas el perico este!... siempre repite las mismas tonterías, siempre hace referencia a los mismo poetas, siempre adula con las mismas expresiones grandilocuentes y siempre termina recomendando encarecidamente la lectura del mejor libro de poemas del decenio”.
¿Vamos a por un café, viejo?
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En la acera de enfrente, a primera hora, el drácula Fernando [Tattoo para los colegas] lleva ya ocho o diez birras y yo aún no he abierto la imprenta.
Lo veo y tiemblo. Me ve y sonríe.
Agacho la cabeza mientras se acerca tambaleándose hasta donde yo estoy... me abraza fuerte, toma con sus manos mis mejillas y me hace mirarle a los ojos –yo me dejo–... ‘te quiero, tío... eres el mejor, la hostia, tío, tío... ¿me dejas darte un beso?...’ –mientras lo decía, ya me había puesto un beso largo en la mejilla derecha–... ‘joder, tío, eres el mejor amigo, de verdad, mi mejor amigo... anda, saca un cigarro de esos que llevas... pero me da mucha pena verte así, hundido en la mierda social como un almirante, joder, como un almirante... con tu coche, con tu empresa, con tu familia... eso es una mierda, tío, ¿sabes?, una puta mierda... dame fuego, dame, venga... sí, un almirantito cabrón, tío, bien lavadito siempre, oliendo a colonia... eso es una mierda, Felipe, eso te va a destruir, que te lo digo yo, que te quiero más que a nadie, hostia, tío, tío, tío –y me plantó otro beso largo en la mejilla izquierda–... joder, tío... oye, tío, joder, leí a Alejandra Pizarnik, hostia, hostia, qué fuerte. Recordé enseguida que me la habías recomendado hace mucho... la hostia, eh, la hostia la poesía de Alejandra, de verdad, gracias tío, gracias...’
Hice ademán de sacar las llaves para entrar a la imprenta y se enfadó.
‘Ya estás huyendo... siempre huyes, tío... eres un cabronazo... y te lo digo así porque te quiero, pero no me hagas esto, cabrón, no me hagas esto...’ –y se metió en la imprenta detrás de mí–. La mesa de alzados estaba a tope con las guías telefónicas que estamos haciendo en estos días. Tattoo se quedó mirando a la mesa con los ojos muy abiertos... ‘¿esto qué es, la jodida “Divina Comedia”?... pues no la pienso leer... ah, coño, si es una guía de teléfonos... entonces sí que me la leo, hostia...’, y le echó más de media hora apoyado en la mesa y leyendo la guía. De pronto, se presentó en mi estudio, me abrazó por detrás, me dio otro beso largo, esta vez en el cogote, y me dijo ‘cabronazo, cómo te quiero yo... esto es la hostia, tío, el puto paraíso... el puto paraíso’. Me quitó un cigarro que tenía encendido sobre el cenicero y se marchó con él en la boca.

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