Salí tempranito de casa porque tenía que subir a Candelario para recitar en los “Desayunos con el Arte” que con tanto gusto y cariño preparan los amigos Luis y Josetxo en su Casa de la Sal. Primero me acerqué con el coche hasta el taller de mi amigo Vicente, pues el jodido carro, tan moderno él, no hace más que hablarme como una cotorra y me vuelve loco con su ... “atención, neumático bajo de presión”... “atención, depósito de limpiaparabrisas vacío”... “atención, bajo nivel de líquido de frenos”... y me tiene hasta la mismita punta de capullo. Vicentito me hizo una rápida puesta al día del auto mientras me echaba una bronca por descuidado y me informaba de que no hay manera de vender mi otro coche [un Korando de color grafito con 16.500 kilómetros -bien poquitos–, asientos de cuero negro, todos los extras y DVD en el techo, bien cuidado, que lo vendo solo por 12.000 euros de nada y necesito esa pasta como el merendar... pero no están los tiempos para vender coches, coño]... con mi Jeep a tono, recogí a mi niña chica/grande, al Antoñito y a Manolillo Casadiego, y nos subimos juntos a tomar Corita con desayunos y palabras.
La Casa de la Sal estaba preciosa, como siempre –es un lugar mágico por su luz y su gente–, y Luis no había dejado nada al azar. Me fumé un cigarrito en su patio, como transportado a un mundo lírico, mientras Manolo hacía fotos del entorno y el personal iba llegando [Cecilia –la madre de Adrián– con una amiga, un matrimonio con pasión por el teatro –a ella la conocía del hospital de Salamanca, donde es ginecólogo–, la esposa de Manolo Casadiego con otra amiga, Cari Argente y su chaval grandón, Urceloy y Marisol, los hijos molones de mi vecino Pepe Rúa, un chico al que no había visto nunca y que me pareció muy majete y algunas personas más –eché de menos a Mayca y sentí que no pudiera estar Concha Bueno, que se quedó sin entrada–]. El comedor estaba perfecto para un acto íntimo, que para esas cosas Luis es un campeón, y las mesas dispuestas con todos los manjares. Al fondo de la sala había un lienzo en blanco sobre un caballete y en el centro un atril alto para realizar la lectura. Se sirvió el desayuno y, sobre un fondo de música comenzamos el acto... Josetxo tomó los pinceles y se arrancó con una pintura de dos caballos despidiéndose y yo me arranqué con una selección de poemas inéditos. Me pareció que se creó un ambiente interesante y que los comensales disfrutaron de nuestros trabajos creativos [solo el afán de Antonio por abrir un debate cortó un poquito el swing que se estaba conformando y Josetxo, muy atento, me pidió que cambiase un poquito el tono de mi lectura, que era triste porque los versos eran tristes. Tal circunstancia me obligó a romper lo preparado y a tomar un camino que no es de mi gusto ahora, el de la ironía... creo que eso desbarató todo un poco, pero al final salimos airosos. Mi intención primera era la de hacer una lectura lúbrica y triste, muy adecuada al lugar y a su luz macilenta, una lectura unitaria en la que hacer aflorar los sentimientos más íntimos de los asistentes –y lo estaba logrando, pues vi más de una lágrima en sus rostros– y hacerlos subir de pronto con los últimos poemas que había preparado, poemas exultantes y llenos de pasión por lo que habrá de venir, pero el corte rompió toda mi trama y el asunto, tal y como yo lo había preparado, se fue al garete... qué le vamos a hacer, tendré que intentarlo en otra ocasión.
El resultado fue un cuadro estupendo de Josetxo, una lectura irregular por mi parte y la sensación de que todo había salido más o menos bien desde la óptica de los asistentes. Lo más chulo fue el haber conseguido una cantidad importante para los proyectos de SBQ solidario y sentir que el personal nos apoya.
Gracias a todos por el ratito y por la colaboración, especialmente a Luis y a Josetxo, que son dos tipos grandes de verdad.
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