Friday, September 25, 2009

Damayantí :: fábulas del descendimiento / 3 ::


Era ya tarde y yo iba con la intención de recogerme en mi casa, después de una larga partida de julepe con Jules, Manzoni y Antoñito de Almeida [amigos viejos y tahúres venidos a menos por sus absurdas aficiones literarias]. La calle estaba como vaciada por la falta de luz y lo alto de la hora, y debo reconocer que sentí cierto temor cuando presentí que alguien caminaba a mi espalada. Decidí detenerme para verificar mis oscuras sensaciones o calmarme. Efectivamente, al cesar mis pasos, otros fueron tomando enfoque en el ambiente enrarecido de la noche.
Mi tensión bajó su tono cuando mis ojos anotaron un cuerpo liviano de mujer que se acercaba hasta donde yo me encontraba. Di las buenas noches, pues en mi educación figuran mil marbetes de ese estilo, y la mujer me miró fijamente a los ojos. Era joven y parecía contener esa belleza digna de las mujeres cuidadas. Respondió a mis palabras con un gesto y siguió su camino durante unos metros. Se detuvo. Se volvió hacia mí y me preguntó con una voz suave y preocupada: “Por favor, señor, ¿no se habrá cruzado usted con un hombre vestido de color celeste?”. Le respondí que en mi camino no me había cruzado con nadie. Me dio las gracias y se perdió en la sombra de la esquina que doblaba la calle. Yo rematé mi caminó y no acabé de dormir bien en toda la noche, pues me perseguían aquella voz y aquella mirada.
Un par de años después, en una visita que hice a Mayápur, una aldea encastrada entre el Ganges y el Jalangi, al oeste de Calcuta, encontré una imagen de Shiva que era la exacta reproducción de la mujer que me encontré aquella noche de julepe. Pregunté a los nativos y me explicaron entusiasmados que el origen de aquella imagen se perdía en la noche de los tiempos y que en la literatura oral se contaba que posó para ella la princesa Damayantí justo antes de salir en busca de su esposo para no regresar jamás.
Me pasé dos días rodeado de sonrientes miembros de Hare Krishna que me dejaron un extraño tuntún de tambores en la cabeza. Recuerdo que era época de monzones y que, fuera de todo pronóstico, no llovió durante mi estancia en Mayápur.
Durante aquel viaje fue la primera vez que vi volar a un cisne.

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