Vino mi hermana y se fue, porque era el cumpleaños de nuestra madre bonita, y me dejó unos chicles y un paquete de Chester al que le faltaba un cigarro… y un nudo en la garganta pequeñito, uno de esos nudos que llevan en su doblez frases como ‘y te vuelves a ir’ o ‘no estás del todo’. Quiero a mi hermana muchísimo, pues es más mi primera hija que mi hermana, no en vano nos separan quince años de edad, pues la sacaba a pasear con mis amigos cuando era un bebito chiquitín y gracioso, la mimaba y le enseñaba cosas que asombraban a sus amigas, le hice todas las fotos del mundo, como un padre primerizo y babosote, y siempre la escuidriñé con ojos severos y tiernos a la vez… ella quedó marcada por mi música y por mis cosas de universitario imberbe [siempre lo recuerda], hasta que un día voló para tramitar su vida en solitario en otro espacio físico [bastante más abierto que éste en el que habitamos fuera del tono de los siglos… todo para su suerte]. Ahora mi hermana es la confidente de mi hija, y yo las veo pares, y yo las siento iguales en la esfera que me contiene… y me vuelve ese temor terrible al futuro de mis chicos, ese no saber qué, ni cómo, ni cuándo…
Cada marcha de mi hermana a su tierra de usos múltiples me pone en guardia… pero no sé qué hacer.
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