Cuando Charlie Musselwhite presentó su disco «Continental drifter» en la ciudad de la Habana, asistí con mi gran amigo Eliades al evento. Fue comenzar «Delicious», cuando en las mesas de madera de ocumen de La Casa de la Trova comenzaron a crecer prodigiosamente bugambilleas explosivas de color y de aroma.
Una mujer de purito chocolate nos guiñaba las caderas y el son rociaba de sudor el fuego que era la noche habanera.
Terminamos orinando en la calle, junto a un jacarandá majestuoso, mientras Charlie recibía un aplauso cálido y sonriente.
Fueron lágrimas de orín emocionado.
Era el Caribe.
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