Cuando Joaquín Edwards Bello escribió su novela «El roto», en Santiago de Chile corrían tiempos agitados.
Esmeraldo era «El roto», un personaje educado al margen de la moral, hijo de Clorinda, la dueña del burdel «La Gloria». Y con él, Joaquín Edwards consiguió acusar con crudeza al orden social imperante.
Pasaron los años y, un día de septiembre, en Madrid, un hombre tranquilo, Andrés Rábago, accede a la obra de Joaquín y queda impresionado por el discurso de «El roto», decidiendo apropiarse de ese nombre para firmar sus pensamientos filosóficos dibujados.
Ayer nos hablamos por teléfono sobre un libro común. «El roto» estaba ausente por no sé qué movida de unos tipos sin techo ni alimentos que llevarse a la boca.
No concluimos nada.
Madrid es una bomba en estos días.
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