Paseando por Sao Paulo me tropecé con Quincas Borba vestido de San Agustín. Estaba subido a una caja de refrescos americanos y gritaba como un poseso: «Seguidme, sed mis discípulos y, poco a poco, comprenderéis mi filosofía. Cuando la hayáis comprendido a fondo, seréis los hombres más felices del mundo, porque no hay vino que embriague tanto como la verdad...»
Me estuve escuchándole alrededor de cuarenta y cinco minutos. Estaba yo solo. Bueno, él estaba también.
Cuando se cansó de gritar, me invitó a sentarme con él en una terraza cercana si yo pagaba las consumiciones. Acepté. Quincas Borba me contó que tenía un perro que se llamaba Quincas Borba, que había escrito un libro que se titulaba Quincas Borba, que había pintado más de mil cuadros que llevaban por título Quincas Borba... «... a todos mis seguidores les hago cambiarse el nombre y los rebautizo con el de Quincas Borba, porque esa es mi inmortalidad y la de los que creen en mí». Durante la charla se bebió cinco vasos enormes de ginebra. «... La guerra es un bien porque, si extermina al vencido, asegura la existencia del vencedor; la peste es un bien, porque impulsa a los hombres a descubrir la medicina que habrá de curarla. La muerte y el exterminio no existen: desaparece el fenómeno, pero la sustancia permanece. Cuando el agua hierve, las burbujas se hacen y se deshacen continuamente, y todo se queda en la misma agua...».
Hoy he comprado un canario naranja en una tienda de animales y lo he llamado Quincas Borba.
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