Oye, que fui a pillar mi ejemplar de “En busca del bien y del mal” de la estantería de mi estudio y, de pronto, me di cuenta de que tengo una extensa memoria lítica dormida junto a mis libros... mis dos estudios están llenos de rocas y de fósiles, y en mi casa hay bastantes pedruscos desperdigados por los muebles... y es que siempre que viajo suelo pillar alguna roca de la zona por la que camino, y hasta varios amigos acostumbran a traerme algún pedazo de mundo de sus viajes... el caso es que no había caído en la cuenta de que tengo una memoria de más de cien pedacitos del mundo... trocitos del Valle de los Reyes egipcio, geodas de Tanzania, estromatolitos del lago Manyara, fósiles de no sé dónde que un día me regaló Jaio, trozos de mármol de edificios emblemáticos derribados, lava volcánica del Etna y del Vesubio, bombas volcánicas del Monte Meru o de Kambi a Simba, arena del Sahara en un botecito y una rosa del desierto del mismo lugar, un nido de avispa fosilizado y pillado en Canarias, un canto rodado de Paracas y el trocito del Cañón del Colorado que hace unos días me trajo Joselín... y un montón de rocas más que me van a obligar en estos días a hacer memoria.
Quizás el dedicarle unas horas a mis rocas me vuelva a traer ganas de poesía otra vez.
Canto rodado de la playa de Barra (Aveiro, Portugal). Regalo de Guadalupe.
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