Wednesday, August 18, 2010

Nostalgia de África


Hoy, sin quererlo, mi Guille me trajo de golpe toda la nostalgia de África... había encontrado entre mis cosas del estudio de Colón un cochecito tallado en madera que traje de mi viaje a Tanzania... lo encontró desbaratadito [tanto Felipe como él han jugado mucho con esa pieza cuando eran chiquitos] y le hizo un arreglo completo antes de darme la sorpresa... se presentó en el salón de casa y me dijo: ‘mira, papá, te he arreglado el coche que nos trajiste de Tanzania; llévatelo a tu estudio para que no se pierda’. Yo tomé el cochecito con mis manos y besé a mi chico con fuerza antes de que la memoria volviese a mí por el tacto de ese trozo de madera con forma de juguete... hacía calor en Arusha y era mi anteúltimo día de estancia en Tanzania... solo me quedaba comprar algunos regalos para la familia y para los amigos, y dediqué ese día a visitar la zona de mercado del centro de la ciudad para ver qué podía adquirir... recuerdo que empecé buscando una tanzanita engastada en un anillo, pero los joyeros indúes que visité [todos los joyeros de Arusha eran de procedencia indú] me pedían precios demasiado elevados para mi presupuesto, así que acabé comprando un granate, una pequeña pieza de lapizlazulí y un ópalo de un tamaño considerable... luego me dediqué a buscar algunos batik distintos a los que llevaban los vendedores de calle, que eran todos iguales y no me daba fiabilidad de que hubieran sido realizados por la técnica de ceras y anilinas típicas de la zona... y encontré la tiendita de un pintor tanzano que resultó ser uno de los más conocidos artistas del batik de Tanzania [recuerdo que el tipo se llamaba Kirita]... allí me dejé gran parte del dinero que me quedaba, adquiriendo doce piezas únicas y magníficas que hoy se reparten por las casas de amigos y familiares... y terminé en el mercado de calle con ese rifirrafe del regateo [ahí se movía mucho mejor que yo mi amigo Juanito, y le dejé hacer], del que salí con collares masaai de semillas, separadores de libros en piel con forma de animales africanos, máscaras de diversos tipos y tamaños, pañuelos, amuletos de la zona de Karatu y este cochecito que ahora tengo en mis manos y que no es otra cosa que un juguete muy al uso entre los niños de las tribus de la zona del Monte Meru y los territorios de Ngoro-Ngoro [eso sí, uno de los juguetes caros a los que pueden aspirar aquellos niños]... junto a ellos, me traje bombas volcánicas que recogí en Kambi a Simba, tres estromatolitos grandones que pillé en el lago Manyara y una botellina de ‘cognagy’ que me regaló Carlitos [el viceministro de deportes tanzano], además de mi diario manuscrito y unas cuantas picaduras de mosquitos enormes...
Así que hoy tengo nostalgia de los baobabs de Mangola Chini y de los árboles botella del camino hacia Longuido, de los jacarandás y las bugambilleas en las avenidas enormes de Arusha, de la tierra roja de Karatu y los Dk-dk siguiendo a nuestro coche, del miedo caliente en el Río de los Mosquitos, del gallo vivo que me regalaron en Kambi a Simba [el Campo del León], del huevo de avestruz del que salieron 18 tortillas, de los jodidos padres espiritanos y de los niños persiguiéndome allá donde fuera, gritando siempre su hermoso: ‘mzungu, zucari’.
Es chuli... y quiero volver.





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