[último poema antes de los cincuenta]
Aún debo existir
en esta tartamuda gramática de huesos
sin otro protocolo
que lavarme las manos
y utilizar el peine
para rimar cabellos
Aún debo existir
porque hay una intemperie
a la que salir desnudo
y una obsesión de párpados
para guardar los ojos
Aún debo existir
porque hay raptos pendientes
y mi madre cocina
para mí los domingos
porque hay amputaciones
que debo realizarme
y una circuncisión
que libere mi sexo
Aún debo existir
para escupir al héroe
cuando pasee ufano
por mi calle hemorrágica
para desabrazarme de las cruces que llevo
y saber dónde quedan
con quién
cómo
Aún debo existir
porque me aguarda el método
la lengua y un extraño
sabor a amanecida
porque aún queda tabaco
en la guantera
y hay ojales que no se abotonaron
Aún debo existir
a pesar de que oiga
el crujir de mi piel al arrugarse
y aún queden doce tigres
para morder mi sombra
a pesar del telón
y la tosca cuchilla
que rebaja mi barba
Aún debo existir
pues no sé exactamente
hasta dónde
se extenderá esta quemadura
si el fuego cederá
o si ya en la ceniza
habrá césped aún
sobre el que añorar algo.
Acabo de recibir felicitación cumpleañera de mi Belencita, y nada menos que desde Hanoi, que anda por allí mi reina dando clases universitarias chulas. Es un amor de mujer y un tesoro como poeta… y yo que la tengo medio olvidada por la jodida distancia [se me está haciendo la niña casi vietnamita] y por los problemas zorolos y prosaicos del curro y la enfermedad ajena.
Perdóname el silencio, Belén guapa. Haré una esquinita de tiempo exclusivamente para ti, una esquinita nuestra y rechula… lo prometo.
EN UN HILO
Que esas cuatro paredes sean sólo recinto
y las cinchas con que tensan el volumen más nimio
cedan ante esa mujer.
Cuerdas,
salid a extender en el olor del patio la ropa de mañana
quedaos en la mano que anudaba el pelo
atad los zapatos
sujetad las cortinas para que entren por ellas
las voces de la calle.
Que esas cuatro paredes sean sólo el recinto
que precisan los hilos de su vida
para poderla habitar.
© Belén Artuñedo
La palabra mujer
no nombra el cerco
de sal
ni la falta de oxígeno
no nombra el frío
ronco
ni la roca que hiere
no nombra
nada
la palabra,
mujer.
© Luis Felipe Comendador • Respuesta al poema "En un hilo", de Belén Artuñedo
(12:18 horas) Guillermo leyendo en la cama antes de dormir es un resumen perfecto de mi tiempo vivido, con su pijama viejo, con las gafitas de grado [antes eran rojas y ahora son negras –ese cambio le hizo sentirse mayor en su día–], con las sabanitas de colores poniendo fondo a su cuerpo de chavalote hermoso y sensible. Ver a Guille leyendo me hace feliz.
(15:25 horas) Diciembre es un mes de mierda, pero lo es ahora, no cuando yo tenía seis o doce años. Es un mes de mierda porque se me acumula el trabajo más prosaico con la incapacidad de escribir o pintar, porque los madrileños viene a llenar los locales como si fueran los bárbaros del norte… y se comen mi pan, ocupan mi silla en el café, lo llenan todo de un bullicio faltón y hortera, lucen sus trajes de domingueros y dejan abandonados a sus perros por mis calles.
También en diciembre le salen cada año nalgas a mis canas y me pongo de un mimoso insoportable porque noto cómo se me van secando poco a poco las neuronas, cómo tienen dificultades los axones y las dendritas… Diciembre es una mierda pinchá en un palo, y encima sin nieve que echarse a los bolsillos, sin lluvia con la que ducharse vestido y con toda la gleba viviendo por encima de sus miserables posibilidades.
Dios también nació en diciembre, como yo, pero lo suyo fue un magro acuerdo de los curas en Trento para que el negocio les fuera mejor [qué listos son, además de amanerados y filofascistas], y eso me quita protagonismo, coño, que yo también soy dios [de mí mismo] y no me egurruño en lucecitas y angelitos maricones abrasando los ojos nocturnos de la gente.
Diciembre es un mes de mierda absoluta en el que cualquiera es capaz de decidir por sí mismo quitarme el tiempo personal y destrozarlo, y todo para verme envejecer o para sobarme el lomo como a un perrillo… ‘¡Mira cómo mira…!’.
Ya le podían dar mucho por el culo a todos los diciembres y a su curología padreparroquiana y a su navidad de los cojones y a sus madrileños maleducados y a su cosa de final de mentira.
Este año voy a hacerme una gala de fin de año personal y martirológica, con uvas de la muerte y cava extremeño, con mazapán de almendras amargas y con un vestido largo que deje entrever mis tetas canosas con sus pezones erizados. Me pondré un cucurucho de castañas asadas en la cabeza y le haré pedorretas al mundo.
Va a ser fantástico, como en El Corte Inglés.
TOLLE, LEGE II
Ref.: 003133005. Asiento contable nº.: 10.327. Material no inventariable. ... Un libro que sea a la vez un paquete de tabaco, exactamente un paquete de Chester, y que cada página sólo contenga cigarrillos, cigarrillos en posiciones diversas. Un libro del mismo tamaño que el paquete de Chester. Sólo sumarle mi nombre. Es la mejor autobiografía que puedo hacerme, la más completa, la más digna. Y es que un hombre debe tener biografía como clave genética distintiva... Pero yo soy gris, y la biografía de un hombre gris debe ser monótona, como una atmósfera asfixiante o el simple aire que nos regala la vida. Mi biografía está hecha de humo, del humo de miles de cigarrillos Chester, un humo gelificado en mis pulmones paralizando el suave movimiento de las células que oxigenan la sangre, consumando un suicidio largo y tranquilo.
Quiero a mi cuerpo, pero noto cómo se me va de las manos, cómo envejece, cómo se arruga ante mis ojos. A veces no me reconozco en los espejos ni en los escaparates. El tipo que se enfrenta a mí no soy yo; después de mirar un rato, sólo encuentro algo mío en su mirada, pero no soy yo. Crecer es percibir cómo la piel se adapta sin queja alguna al modelado de las vísceras y a la flaccidez de los músculos, notar las canas nevando el pecho, las sienes, el mentón. Mi autobiografía también es mi cuerpo con todos sus humores, con sus breves bacterias, con su bello rizado floreciendo bajo el sexo patético.
Encargaré unas flores para mi dormitorio.
Algunas tardes merienda algo, generalmente chucherías de crío, inventos americanos, comida basura. Pone perdida la mesa de migas y algunos documentos acaban con pequeñas lámparas de grasa que les dan un aspecto descuidado y escupen una imagen de él bastante cercana a su desastrada realidad. Cuando merienda suele poner la música muy alta, pues siempre escucha música. Le fascina el blues y repite los discos hasta la pura extenuación. Eso le ayuda con los números. Sus autores preferidos son John Lee Hooker, Calvin Russel y Charlie Muselwhite. Goza con ellos y son su contrapartida exterior a los números puntiagudos que se le clavan en los ojos como alfileres envenenadas. Cuando merienda, decía, pone la música muy alta, tanto, que los compañeros de la empresa, sus socios -como él los llama-, acuden crispados a reclamar una urgente reducción del volumen; pero le da igual, absolutamente igual.
3 de diciembre. Formular pedido nº 1.363. Proveedor WG1812XI7. Ver nota al dorso... Me gusta la magia de la baraja española, su vocación truculenta y el dulce fulgor decadente de sus figuras. Se me vienen ahora a la memoria algunas genialidades de Joan Brosa o de su discípulo Antonio Gómez, un as de copas eclipsando sin vergüenza a un as de oros, un as de copas hirviendo de sangre caliente recién robada del cuello de una corza y obliterando el brillo de un oro sin fulgor, de un oro de papel como el oro mismo. La metáfora visual es absolutamente perfecta. Esta simbología sin creyentes, este lúdico desbaratar la tensión de los naipes, tiene un extraordinario contenido a la hora de explicar el acto creativo: la belleza de la inutilidad. No es creador el que persigue la originalidad como camino único. El verdadero creador es el que sabe modificar la realidad de lo anecdótico creando símbolos universales.
Llevaba las gafas colgadas del cuello por un cordón negro de cuero con pequeñas abrazaderas doradas que atrapaban las patillas de las gafas con auténtico celo, pero apenas se ponía las gafas por resultarle molestas, aunque las necesitaba. Llevaba un portaplumas con una pluma Vaccaro de malaquita veteada y una Parker Centenario negra como el azabache más negro. La Pluma Vaccaro la utilizaba para los garabatos -que cada día se hacían más frecuentes-, y con la Parker escribía algunas notas sobre sus pensamientos y firmaba los documentos de la empresa. Las plumas eran su pasión, sobre todo si tenían un tacto frío y el peso justo para sentirlas deslizarse sobre el papel. A veces le parecía que eran una prolongación natural de su mano y no las soltaba en todo el día, mientras se hartaba de números y de cuentas absurdas. Las plumas ejercían una labor relajante con sólo tocarlas. En alguna ocasión llegó a pensar que todo el rito de las plumas tenía que ver con alguna carencia personal o con alguna frustración. No llevaba anillos, ni el de casado, pues le daban una agobiante sensación de pérdida de libertad, de vínculo visible hacia los demás, un indicador de propiedad que no le gustaba nada.
Saldo medio del tercer trimestre: 13.678.469 Pts.- Arrastre contable: 13.678.469 Pts.- Total parcial: 42.802.627 Pts.- ... La cara de la mujer que se asomaba a la carta era de auténtico vértigo, estaba colgada del margen superior y no podía apartar su mirada de un paréntesis que decía: «(la amante de la O)». No tenía más apoyo que el borde de corte superior del papel, y hacía equilibrio sobre su vientre que, a causa de su peso y por efecto de su movimiento, le producía una incisión limpia y finísima que dejaba correr un hilillo de sangre que se deslizaba sobre el texto.
Asomarse a una carta puede traer graves consecuencias, pero una mujer en tales circunstancias es profundamente bella. Sus piernas colgaban por el envés y los zapatos estaban fuera de los talones -eran de color corinto-. Sus medias rosadas presentaban una hermosa carrera que partía del entremuslo izquierdo y se remansaba en las corvas de las rodillas. No sé bien si definirla como «una mujer que se asomaba a una carta» o «una mujer con una carrera en la media»; en todo caso, da igual, absolutamente igual.
En uno de sus equilibrios, notó cómo el cuerpo se le seccionaba en dos partes bien diferenciadas. No sintió dolor, pero se cayó de la carta.
* [Continuará]
De FUMADORAS |
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