Thursday, December 6, 2007

Savonarólica compartida


Visita rechula de Pedro y Javier con proyectos sugerentes y expositivos, con conversación tranquila y entusiasmada, con palabras sobre arte y literatura, con paseo fotero por el final de otoño bejarano, con visita a los coleguillas de La Casa de la Sal, con comidita en Bar Tolo [calamares de tierra y tostoncito asado], con copilla de ron rechulo y Caribe… mucha complicidad también y cosas por hacer juntos.
Quedé encantado con su visita. Gracias, amigos.
Y luego botellita ‘Havana Club Añejo Especial’ de agradecimiento del cubanito al que hemos conseguido los papeles, y sonrisa entre feliz y temerosa, y ganas de comerse el mundo en la cara… Vuelvo a sentir satisfacción por mi existencia, vuelvo a sentirme útil y a encontrarle un poco de sentido a la cosa de vivir y trabajar por un mundo abierto y sin fronteras.
Y reluego visita del hermano de José Luis Majada junto a mis cuñados Antonio y Nena, con mirada especial a mis cosas mientras en mi cabeza bullía el recuerdo de que José Luis fue el culpable de que yo escriba poesía [gracias a su poema ‘Duérmaste madre’ del libro ‘Centauros’].
Buen día… para guardarlo en una de mis cajitas viejas de lata, conservarlo y redescubrirlo dentro de unos años.
En fin.




















Hoy he recuperado una historia que escribí en el año 2000 y que tenía perdida en uno de los incidentes con mis discos duros. La he encontrado en un CD que tenía despistado en mi cajón viejo y voy a ir poniéndola a trocitos en el blog:

TOLLE, LEGE I


1. Los números

Pensaba que la vida era una putada por todo el centro mientras ordenaba los partes de trabajo del mes y revisaba las facturas del trimestre cotejándolas con el libro oficial. Nunca le gustaron los números y se pasaba entre ellos todo el día, y los días anterior y siguiente a cada día. Presupuestos, facturas, contaduría, tiempos de trabajo, control de los créditos de la empresa, verificación de pagos y cobros... ¡una mierda! Sólo le salvaba su capacidad de dividirse mientras realizaba el trabajo tedioso con los números, y de esa manera, dividido, una parte de su mente se mimetizaba con el dos, con el tres, con el veinticincomil quinientos, con la suma, con la resta, con el tanto por ciento preciso del impuesto sobre el valor añadido... y su otra parte se dedicaba a la introspección, al viaje, a la desatada necesidad creativa que le comía por dentro. Así, mientras sacaba cuentas de resultados o remataba la última declaración del patrimonio, ideaba libros objeto, poemas visuales, historias llenas de un arrebato hecho de intensidad y aventura. Sólo había algo imprescindible para que se produjese esa división mágica de su mente, tenía que realizar el trabajo en su estudio, un lugar oscuro, desastrado, lleno de libros viejos y nuevos, de papelotes emborronados, de ceniceros preñados de colillas, siempre con humo a su alrededor, humo que podía ser de un cigarro o de esas maderas aromáticas de múltiples olores -opio, rosas, pachuli, jazmín, vainilla...-. Sahumándose le llegaba la maravillosa división de su mente.

Nº. de factura: 927. Ref. cliente: 009886001A. N.I.F.: 8100351-G. ... La soledad es el mejor acento para la razón. Cuando se está absolutamente solo, cuando incluso los lazos más íntimos con los demás se olvidan, la razón funciona en su máxima pureza; pero es una razón individual que se modela con parámetros absolutamente únicos. No importa el otro, no existe la barrera de la conciencia ni la del ridículo. Desde esa razón pura se pueden arbitrar todos los movimientos, se pueden abarcar todos los indicios y darles la forma apetecida. Quizás en este justo punto la razón haga una bella intersección con la libertad. De tal experiencia interior nace el acto creativo, que no tiene por qué tener una respuesta física... la creación para el deleite único del creador, la razón como experiencia interior inigualable, la libertad como patrimonio individual irrenunciable.

A veces le asaltaban días vacíos en los que deseaba morir con la intensidad más inimaginada. Se veía ínfimo, inexistente, perdido en los números vacíos de sus libros y de sus papelotes. Era incapaz de mirarse en los espejos, y menos en los ojos de los otros. Esos día fumaba hasta la extenuación y se desataba en garabatear papeles, uno detrás de otro, a una velocidad de vértigo. Sus garabatos eran números deformados hasta resultar irreconocibles, unos con el mástil rizado ocupando toda la superficie del papel, doses espirales con la inocencia perdida, treses abombados hasta el mismo ridículo, cuatros torturados en una eterna pasión de cruces, cincos con chorretones semejando la cera de una vela deshecha, seises anonadados en multitud de círculos concéntricos como cerezas o palomas a veces, sietes obtusos, ochos entrelazados como rúbricas antiguas, nueves como una arboleda infantil indefinible. La garganta era pura flema y el tabaco le escocía en la lengua, en los pulmones. Y retornaba a los números sin ganas, sumándoles los otros números terribles, los de las horas, los minutos, los segundos.

*[Continuará]


De FUMADORAS

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