‘Tenemos que mentir porque sabemos poco y aprendemos mal’, decía Zaratustra desde la mano prodigiosa de Federico Nietzsche. Y es que somos superficiales en esencia, en presencia y en aprendizaje. Nos falta profundidad en todo… y así nos va.
De una pincelada somos capaces de imaginar el universo, de inventarlo… y de esa pincela hacemos aserto, y desde ella trabajamos con un falso valor de ‘verdad’. No es serio el hombre, nunca lo ha sido. Solo lúcidas individualidades han sido capaces de profundizar, pero enseguida vieron que hacerlo también suponía un error, pues en lo más profundo siempre quedaba nítida la derrota como pepitas de un material preciado y tan peligroso como la desaparición misma, como la nada.
Yo sé poco y aprendo mal, siempre disperso en mil batallas generales y pequeñas, sin minuciosidad alguna, sin darle valor al detalle que compone y pule la idea exacta.
Una vida no es suficiente para unos pocos, pero sobra por todos lados para la mayoría… y yo quisiera que no me diera tiempo, que me faltase hasta la desesperación… pero todo se convoca en dejarme pasmado, boquiabierto, vacío de pensamientos e ideas, como agotado de no hacer y de no elucubrar… y el tiempo se gasta mal así, se gasta jodidamente mal, dejándome insatisfecho siempre para satisfacerle.
Hoy salí a la calle para recoger un regalo para mis padres y todo era bullicio consumista, y me sentí mal de pertenecer a este grupo humano que gasta sus recursos sin darse una moral correcta, sin sentir remordimiento del hambre y de la necesidad. Todos haciéndole el juego a las hienas del gran capital, todos embarcados en una nave que en su singladura no es capaz de recoger a los náufragos que se cruzan con ella, ni siquiera de tirarles algunas viandas para que sobrevivan una jornada más.
Los escaparates lucían sus frases vacías rodeadas de luces y me entraron unas hermosas ganas de destruirlo todo, de vocear desnudándome que son/somos unos jodidos miserables sin conciencia.
Un negrito con un gorro rojo de lana miraba los teléfonos móviles en un escaparate y en él se convocaba toda la tragedia del mundo.
Cuando seamos capaces de igualar el ‘yo soy’ con el ‘yo debo ser’ y el ‘yo tengo’ con el ‘tú debes tener’, todo empezará a ser de otra forma, una forma que procederá del fondo [ese fondo al que nunca llegamos porque tememos hacerlo]. Entonces comenzará a gestarse la nueva revolución pendiente, la utópica revolución que nos haga iguales por arriba y por abajo.
El mundo es un fracaso del hombre.
SAVONAROLA DE PAPEL (II)
[Jugando con sobres]
De FUMADORAS |
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