Saturday, June 21, 2008

desde el calor sofocante de las termas.

Algún día debo pararme a pensar sobre la ‘utilidad’, enredar en el constante ‘hacer para’ que nos ata como hombres. También en esa otra idea de ‘utilidad armada’ que no sigue los signos del sistema, sino que procura deshacerlos para volverlos bocanada de aire respirable.
Encender la candela y buscar la levedad de la sombra buena de los hombres, ésa en la que sienten algo por los demás cuando consiguen olvidar por un instante que todo esto es una guerra abierta con/contra el de al lado.

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UN VIAJE INICIÁTICO A LAS TERMAS ROMANAS DE BAÑOS DE MONTEMAYOR


Un cliente me hizo el encargo hermoso de realizar un reportaje fotográfico en el subsuelo romano y sulfuroso del balneario de Baños de Montemayor. El asunto estaba en pasar por allí a esas horas en las que los clientes Imserso descansan y dejan las instalaciones termales sumidas en una soledad que grita y batidas por el calor espeso y el olor agrio de los vapores de sus aguas curativas.
Yo solo en el recinto enfrentándome a una historia goliarda de la Roma más decadente, a millones de historias de vejez con razones para pensar en restañar ‘algo’, a miles de asuntos de belleza mezclada con enfermedad… un placer absoluto para mi espíritu y un deleite para mis ojos lunáticos.
No fue fácil el curro por las condiciones de luz, y menos por el continuo empañarse de las lentes.
En mis horas termales sentí un gradiente de espíritus que me rodeaban como queriendo contarme sus historias, temblé y sonreí, me enervé enfocando la curva de la Venus de mármol sobre el fondo de agua y recordé las escenas pictóricas de Botticelli en su ‘Nacimiento de Venus’ [que reposa en la galería de los Uffizi] o la ‘Venus del espejo’ de Velázquez.
Y entre los vapores boceté con los ojos un desamor de ceniza sobre un silencio arrugado, dos siestas junto a un cuerpo de lumbre, el azar de un olvido de esponjas, un recelo entre cremas con las pupilas negras, el almíbar sobre una silla de mujer, el sudor derramándose sobre la seda, un delfín intentando ser crustáceo, unos labios carnosos bajo la nuez de Adán… mis pies se hicieron charcos y mis muslos serpientes… y me supe de vértebras y tendones, de algo fosilizado adentro y de algo vivo… membranas y misterio, lágrimas y costumbre, sangre pálida y encarnado latido, despedida, mejilla… y también excremento.
Y volví a lo cotidiano como con un tesoro enterrado en mis pupilas, un tesoro hecho de coágulos y fantasmas lluviosos, de tardes apacibles tumbado sobre un cuerpo… un tesoro de pasos perdidos entre los cuerpos muertos.

Miser Catulle, desinas ineptire,
et quod uides perisse perditum ducas.
Fulsere quondam candidi tibi soles,
cum uentitabas quo puella ducebat
amata nobis quantum amabitur nulla.
Ibi illa multa tum iocosa fiebant,
quae tu uolebas nec puella nolebat.
Fulsere uere candidi tibi soles.
Nunc iam illa non uolt; tu quoque, inpotens, noli,
nec quae fugit sectare, nec miser uiue,
sed obstinata mente perfer, obdura.
Vale, puella. Iam Catullus obdurat,
nec te requiret nec rogabit inuitam;
at tu dolebis, cum rogaberis nulla.
Scelesta, uae te; quae tibi manet uita!
Quis nunc te adibit? cui uideberis bella?
Quem nunc amabis? cuius esse diceris?
Quem basiabis? cui labella mordebis?
At tu, Catulle, destinatus obdura. *

*[Mísero Catulo, deja de hacer locuras y lo que ves que se perdió, dalo por perdido. Brillaron en otro tiempo para ti luminosos días, cuando corrías allí donde te llamaba una muchacha querida por nosotros como ninguna otra será jamás querida. En aquel tiempo no había sino alegres solaces; todo lo que tú querías, no lo rehusaba tu amada. Brillaron, sí, para ti luminosos días. Desde hoy ella ya no quiere; también tú, débil corazón, cesa de querer. No persigas a la que huye, no te amargues la vida, antes, con obstinado ánimo, resiste, tente firme. Adiós, amiga: desde hoy Catulo no cede, no irá a buscarte, no te dirigirá ruegos que tú rechazarías. Pero tú llorarás cuando no te veas requerida. ¡Ay de ti, miserable! ¡Qué vida te espera! ¿Quién se te acercará ahora? ¿Quién te encontrará bonita? ¿A quién amarás ahora? ¿A quién dirán que perteneces? ¿A quién besarás? ¿A quién morderás los labios? Pero tú, Catulo, tente firme.].

Valerio Catulo (Poema 8 de ‘Carmina’, del año 60 a C. aprox.)


Qué poco cambia el mundo del hombre tras los siglos y cómo me gusta que así sea… y me quedo termal y aletargado.


















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