Friday, June 27, 2008

Descenso hasta el mar de mis sandalias.

Los cernícalos vecinos tienen este año tres polluelos frente a mi ventana, así que debe ser un buen año para ellos, pues en los tres últimos solo pudieron sacar una cría adelante…
Mientras, yo desciendo hasta mis sandalias y descubro la herida de mis pies, y allí estáis vosotros, todos, como un formación de grullas o un falso paraíso, llenos de escrúpulos y sin saber gritar. Allí vuelvo al día en el que descubrí mi sexo, en el que supe que acabaría devorándome o haciéndome alga.
Tiempo propicio para los cernícalos, éste en el que las madres ya no saben reconocer a sus hijos porque el olvido las tomó por sorpresa y los padres se han hecho viejos y no saben decir ‘que le den por el culo’ a voz en grito porque están acobardados.
Ya solo me queda el espacio abierto y no tengo a qué sujetarme, ni una sombra bajo la que esconderme; ya voy solo con mis hijos a mi espalda, a tumba abierta, hacia lo que pase. Yo decido y me gusta.

Presiento la serpiente y el pie pisa el helecho.
Vivir es un gesto, un gasto… y la muerte es una estética si no la piensas tigre o precipicio. Lumbre y anillos, ratas, sonrisas familiares de algunos rostros muertos. La luz como un tambor en las amanecidas. El mapa de tu cuerpo oxidándose y los huesos quebrados en un éxtasis. Balcones, obsidiana, membrillos verdes y calientes… La muchacha de Eaton toma el jabón desnuda y lo lleva a su cuerpo con esa ceremonia ancestral de las doncellas; deja caer el agua y siente frío.
Al norte de Edén crecen la prímulas bajo un mar de palmeras.

40º Celsius tienen la culpa de este caos. Lo siento.

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