La noche es salamandra, y más la de ayer, con su falta de luz y esa magia que se hace en los ojos no acostumbrados a las sombras de la sombra. Una magnífica tormenta nos dejó el barrio apagado por unas horas y me fui a disfrutarlo.
Los oscuro es perfecto para leer al tacto las rayas de una mano o para que se inflamen los saltos de las aceras o los mínimos escalones de la calle. Lo oscuro es como el cráneo debajo de la piel, como un sol de cacao o aquel carbón en el cubo de zinc que le trasegaba a mi abuela en el 66. Lo oscuro contiene la humedad del muro cuando llueve, el humo de la pira funeraria, la sombra de una larga melena de mujer, el luto, la estatura del pozo y los días sepultados, la delgadez de una nube de agosto y todos los colores reinventados.
La noche es salamandra y en ella se buscan los amantes con nostalgia de tactos, y en ella está lo hermético latiendo, y en ella el avispero y los claveles de los seres sin luz… la sombra de los muslos en los muslos.
Salí a mirar ventanas y a imaginarme la vida que hay tras ellas, su trasiego de sombras y el eclipse parcial de las cortinas. Salí a tender mis redes en la caverna abierta como un lienzo absoluto y me sentí tan frágil que un temblor devoraba mis talones y un algo clandestino latía como un mirlo en mi pecho blanquísimo.
Seguí todas mis huellas para encontrar la casa y encerrarme en la luz.
Hasta mañana.
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