
Una mujer enferma de levedad es absolutamente bella, porque es resignación de lo físico y rendición en los ojos, carne y esqueleto sin adherencias de pose o de teatro… entonces imagino a una huella en el barro pariendo un muerto, me turbo si mi sombra se mezcla con la suya sin tocarnos [es divino jugar al contoneo y a la mezcla de las sombras, caminar por las calles y ser consciente de que tu sombra se abraza a otra sin que el cuerpo que la proyecta sea sensible a ello… es casi como el amor físico… probadlo], lanzo bocanadas desde mis pulmones para que penetren en su cabello como una angustia… Ser y no estar en el cuerpo que deseas, pertenecerle como en una transparencia y que no alcance la consciencia de tal posesión. Es bellísimo y profundamente enervante jugar con todo lo que emana distraído de un cuerpo que se desea… y bastante menos peligroso que el tacto o la mezcla de salivas. Es amar el olvido del ser al que te enfrentas por deseo, amarlo en el misterio de lo que no controla.
Busca la posición en la que habrá de quedarse por un tiempo cortito para engañar al dolor de la cintura, abate sus párpados como un ansar afanado en el plomo que llegó hasta sus vísceras e intenta apretarse a un sueño que derrame ceniza y se vuelva legañas… yo la miro distante, en silencio, y la veo tan nítida… que llego hasta a dudar que solo exista en mi cabeza estrábica.
Es hermosa… estoy solo.
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