La musa es nocturna, como una lechuza vieja y canalla, igual que un crimen o el muslo de una diosa en el mármol pulido. Dicen que aprendió a llagar en las cabezas de los hombres bajo el techo de un prostíbulo de amapolas y cíngulos, y que se fue de allí para enclaustrarse no se sabe dónde.
Algunas noches viene a verme sin avisar, penetrando en mi cabeza como las aves que migran, y lleva trenzas de matrona suiza enmarcando su tez de arena… otras noches se me aparece de pronto como un luto hecho de aguamarina, y me muestra su esqueleto fluvial mientras introduzco mis manos entre su blusa para lavarme un poco [esos días tiene cadencia de médula y me presta sus mimbres para hacerme una silla]… en otras ocasiones se me aparece como el caramelo caliente, peligrosa y casi adolescente, y me muestra sus caderas enormes y hasta me invita a entrar en ellas con un gesto de sus manos finísimas [yo entro]… pocas veces llega como una lejanía y solo es aliento [ánimo/ánima], y esos días parece que soy yo quien pergeña los textos y los trazos más inspirados [ya aprendí hace tiempo que no es así], que soy tan poderoso como un remanso y tan efímero como un viento en verano… casi nunca trae pupilas, pues utiliza las mías para verme y hacerme ver por ellas… y nunca se despide porque es tábano en su parte masculina, porque es mis venas si no se trae sus branquias, porque sabe el secreto y se atreve a guardarlo hasta que yo decida violarlo en los helechos de su pubis.
La conozco de siempre, como al Cristo de las puertas que muestra el corazón entre las manos, como a la cruz que conforman las tijeras abiertas, como al agua manando de una fuente, como a las euphorbias y al falso anís que crece en el pie de los muros, como al pan caliente y al olor a tabaco.
Hoy ha venido a verme y me ha sembrado líquenes en la pierna derecha… “Camina siempre al Norte –me dijo–, porque si no, no prosperarán nunca.”.
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