
Estuvo guay.















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Eché la tarde en el súper [estaba desabastecido, coño, que no había carne ni galletas, ni esa leche Asturiana con fibra, ni el jabón líquido, ni la mayonesa que usamos a diario… y eso que andan diciendo que la huelga camionera ha remitido] con casi placer, porque no había nadie [que aproveché el fútbol europeo para mi salida de compretas, ya que la selección no me pone de momento]. A falta de los productos de la lista, nos hinchamos a meter flanes y yogures en la cesta por eso de no morirnos de inanición e intentarlo de empacho.
Luego me quedé enganchado al partido de España [sin intención, claro] y me aburrí como una ostra hasta el punto de que cerré un ojo y luego el otro con intención de abrirlos de ya, pero el tiempo es caprichoso y ya andaban los telediarios en su dale que te pego. Toda la tarde a la mierda, coño, que me había propuesto hacer un par de cosillas y visitar la recién abierta Venta del Bufón. Así las cosas, con el sábado plano, me vine hasta mi estudio con el fin de rematar el día con algo sólido [palabras, vamos], pero solo me salió contar esta pavada, y ando ahora perdido, sin saber si meterme en un rollo Esther Morillas, como aquél de “Un amor tibio no puede dar tristeza…” o en una semblancita pitopáusica de este tipo que me lleva por ahí todos los días a hacer el ganso.
En fin, a un día malo, una entrada peor.
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