Tuesday, February 10, 2009

¿Ser lo que miras o ser como miras?


10 de febrero de 2009
Hoy vi tristeza en los ojos de un amigo, y eso me preocupa, porque los sucesos llegan, nos tocan y pasan... pero la mirada compila y deja un rastro interior que es difícil de abarcar. Da igual que las cosas vayan bien, regular o mal... si la mirada quiere comerse el mundo y agotarlo, hay futuro... pero si la mirada decae, todo tiende a buscar torceduras y raras dobleces.
El mundo está duro para casi todos... la verdad es que siempre lo estuvo, pero hay que tirar de los recursos que tiene la sonrisa y caminar hacia ninguna parte con ganas y con hambre, con la frente abierta.
Quiero pensar que esta mirada triste de mi amigo es solo ocasional, que cambiará mañana por esa otra mirada tan suya que es capaz de todo.
Yo intentaré poner lo que pueda de mi parte.
[a Pepe H.]
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Acuso recibo del último poemario de Encarna Lara [“Desde la orilla”], editado por el Ayuntamiento de Cuevas de San Marcos. Gracias por acordarte de mí, Lara. Lo leeré con cariño y atención.
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Caminar con la muerte al lado, como una medusa dispuesta a digerirte, debiera ser la norma, pero no es común más que en los ancianos y los lúcidos. Caminar con la muerte y sentirla como lo más cercano y familiar es una actitud absolutamente vital, y también práctica.
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Y, sin embargo, cada mañana decido existir, aunque sea para escribir como hoy, a tirones. Decido existir, y lo hago con voluntad de quedarme prendido por el pecho en estas palabras, como algo entomológico... para un coleccionista.
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Quisiera visitar mis pensamientos muertos para llevarles flores, pero quedaron al raso y fueron despojos para las alimañas. Busco entre mis papeles sus blancos esqueletos, sus huesos afilados, sus cenizas.
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Cuando me dé cuenta de que crear silencio es el mejor certificado de vida... quizás ya no tenga tiempo.
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Dejar que me succione el espejo y se quede con esta anatomía del fracaso y estalle en mil añicos... y que tú, al mirarte en ellos, me veas tan igual a ti como nunca pensaste, tu gesto son mis trazos... yo, tu imagen pendiente.
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Se me ha inflamado un poema y supura por su vientre ese pus tan prosaico de los poetas enfermos.
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Me dice Paco: “ya no puedo agacharme, macho”... yo le contesto: “yo ya no puedo erguirme, amigo”.
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Quienes buscan sujetarse destruyendo el eslabón más débil también morirán un día, y lo harán peor.
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Venus llora porque perdió los brazos y no puede tocarse.
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Lluvia y persianas... ¿se puede tener más?
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En vez de izar banderas, debieran izar sus pollas... jodidos militares.
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Que el poema respire... y luego expire.
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Repite lo que no es hasta que sea... alcanzarás la gloria.
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Solo cuando acaricies el papel habrá un poema... lo demás son manchas.
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La mayor corrupción consiste en creer que algo está hecho.
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Lo único prodigioso que puedo hacer con mi obra es romperla entera.
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Cuando me siento desorientado es que algo funciona bien.
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Vi cómo un perro levantaba la pata y orinaba en los muros de la Facultad de Letras salmantina... después olió su orín y siguió su camino lentamente. Cuánto saben los perros.
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No quiero mezclar mi existencia con la de los demás... eso me hace muy vulnerable.
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De algunos libros solo merecen la pena sus márgenes.
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¿De qué me arrepentiré un minuto antes de morir?
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Y despido con una perla mágica de Oliverio Girondo:

Mi abuela —que no era tuerta— me decía:
«Las mujeres cuestan demasiado trabajo o no valen la pena. ¡Puebla tu sueño con las que te gusten y serán tuyas mientras descansas!
«No te limpies los dientes, por lo menos, con los sexos usados. Rehuye, dentro de lo posible, las enfermedades venéreas, pero si alguna vez necesitas optar entre un premio a la virtud y la sífilis, no trepides un solo instante: ¡El mercurio es mucho menos pesado que la abstinencia!
«Cuando unas nalgas te sonrían, no se lo confíes ni a los gatos. Recuerda que nunca encontrarás un sitio mejor donde meter la lengua que tu propio bolsillo, y que vale más un sexo en la mano que cien volando».
Pero a mi abuela le gustaba contradecirse, y después de pedirme que le buscase los anteojos que tenía sobre la frente, agregaba con voz de daguerrotipo:
«La vida —te lo digo por experiencia— es un largo embrutecimiento. Ya ves en el estado y en el estilo en que se encuentra tu pobre abuela. ¡Si no fuese por la esperanza de ver un poco mejor después de muerta!...
«La costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas. Poco a poco nos aprisiona la sintaxis, el diccionario, y aunque los mosquitos vuelen tocando la corneta, carecemos del coraje de llamarlos arcángeles. Cuando una tía nos lleva de visita, saludamos a todo el mundo, pero tenemos vergüenza de estrecharle la mano al señor gato, y más tarde, al sentir deseos de viajar, tomamos un boleto en una agencia de vapores, en vez de metamorfosear una silla en transatlántico.
«Por eso —aunque me creas completamente chocha— nunca me cansaré de repetirte que no debes renunciar ni a tu derecho de renunciar. El dolor de muelas, las estadísticas municipales, la utilización del aserrín, de la viruta y otros desperdicios, pueden proporcionarnos una satisfacción insospechada. Abre los brazos y no te niegues al clarinete, ni a las faltas de ortografía. Confecciónate una nueva virginidad cada cinco minutos y escucha estos consejos como si te los diera una moldura, pues aunque la experiencia sea una enfermedad que ofrece tan poco peligro de contagio, no debes exponerte a que te influencie ni tan siquiera tu propia sombra.
«¡La imitación ha prostituido hasta a los alfileres de corbata!»
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