Thursday, February 19, 2009

En ruta.


19 de febrero de 2009
Tramité el viaje a Pucela sin demasiadas ganas y con las ideas poco claras sobre lo que tenía que hacer y decir [últimamente, la lucidez no es mi fuerte]. Recogí de camino a Fabio y la ida se hizo cortita gracias a la conversación de mi colega, que es un gran tipo y acompaña de maravilla. Ya en Pucela, nos acercamos al Hotel Meliá Recoletos, donde habíamos quedado con la organización, llamé a Pilar Celma, que era mi contacto en el asunto, y, mientras la esperábamos tomando un cafetín, Fabio me hizo unas fotos para la cubierta de la nueva edición de “No pasa nada si a mí no me pasa nada”.
Pilar Celma llegó enseguida y, muy amable, reunió al grupo para salir hasta la Facultad de Filosofía y Letras, en cuya sala de grados tendría lugar la mesa redonda. Después de las presentaciones de rigor y un ratito de charla [el mundo es un pañuelo, pues Fernando Menéndez recordaba perfectamente a Fernando R. de la Flor, el padre de Fabio, de su época universitaria... y Pilar tenía amigos en Béjar a los que yo conozco], Pilar, Carlos Marzal, Fernando, Fabio y yo nos dirigimos hasta la universidad [durante el caminito, Pilar nos ofreció una edición conjunta de aforismos de los cuatro autores, a la que dijimos que sí a la primera... nos encanta a todos vernos editados... je, je... que narcisetes]... entrevista para la prensa en el despacho de Pilar, firmas de todo el papeleo apoquinante del asunto, regalillo de una agenda JRJ molona para tunear, fotos para la prensa caminando en grupo al estilo ‘Reservoir Dogs’ y a la sala de grados [en ella estaba sentada mi Belencita, y se me encendió la cara de volver a verla después de tantos meses... me había llevado unos libros de regalo, ‘Orfeo XXI –una antología de poesía española contemporánea y tradición clásica– y una deliciosa edición Tansonville del ‘Maquillaje” de Pedro Casariego Córdoba]. Me propusieron ser el primero en intervenir, por ser mi apellido el que lo decidía según el orden alfabético, pero rehusé porque andaba con mis ideas en pañales y me apetecía escuchar primero a todos mis compañeros de mesa. Carlos Marzal iba siguiendo casi al pie de la letra el guión que yo me había marcado para mí, lo que me dio un poquito de seguridad y me indicó que no andaba muy descaminado en mi visión de la jugada. Fernando Menéndez leyó un texto que no acabé de pillar del todo –la verdad es que le escuchaba mal y su dicción no era maravillosa–, pero a mí ya me había venido la tranquilidad y me relajé. Juan Varo hizo una ponencia más profesoral, más técnica, y eso siempre me agota y me hace preguntarme si eso le sirve para algo a la creación... y llegó mi turno. Primero justifiqué mi gesto de solicitar hablar el último, explicando todas mis dudas; luego le indiqué al personal que, analizando mi creación al respecto, no tenía ni puñetera idea de que si lo que escribo son aforismos, paremias, axiomas, sentencias, proverbios, greguerías, reflexiones, breverías o pequeños chistecillos; posteriormente –siempre confesando que había buscado información en Wikipedia, sobre todo para dejar bien claro que uno no es erudito ni quiere tomar una postura intelectual ante el asunto–, intenté definir el aforismo como ‘una frase breve, independiente y acabada, con originalidad de formulación y abierto a interpretaciones diversas’, indicando que existen aforismos filosóficos –los que buscan verdad– y aforismos literarios –los que buscan juego–; más tarde, informé de que huyo del valor moralizador del aforismo y que me quedo en el ‘valor’ desmoralizador del mismo.
Debate con el personal [me encantó que el hermoso editor de El Gato Gris, el colega José Noriega, preguntase con misterio si la frase ‘febrero no es un buen mes para los toreros’ podría considerarse un buen aforismo], lectura de algunos aforismos [para mi gusto, los de Juan Varo fueron los más brillantes}, cañita, despedida y cierre.
Vuelta a casa bostezando como un orangután, agotado, rotete... y a dormir.
•••
Cómo será mi jodido estado, que esta tarde había quedado con un amigo que escribe, para darle noticia de mi impresión sobre una colección de cuentos suyos inéditos que me dejó la semana pasada confiando en mi escaso criterio. Antes había estado en el banco luchando por un crédito que no admite renovación por parte de esos buitres y, lo confieso, volví a la imprenta con el juicio algo torcido. El caso es que, al entrar por la puerta de la imprenta, Carlitos me indicó que me estaban esperando en PdT. Tomé el original de mi amigo y subí sin perder un segundo para tomarme un café con él y hacerle llegar mis impresiones. Entré en la cafetería y vi a mi amigo en la barra acompañado de una mujer. Me dirigí hasta ellos, los saludé amistosamente y les rogué que nos sentásemos en una mesa para hablar. Me siguieron.
Ya en la mesita, entré al asunto enseguida: “Antes de empezar, creo que debo decirte que en ti hay un gran narrador, que me he divertido leyendo tus relatos y que, cómo no, he encontrado en ellos algunos destellos brillantes y algún que otro altibajo. El ritmo narrativo del primer relato...”. Así seguí durante diez minutos eternos mientras mis interlocutores me miraban con suma atención. De repente, la mujer, dirigiéndose a mi amigo, dijo: “Lorenzo, tantos años de casados y ahora me entero que escribes...”. Me hice silencio de golpe, los miré aturdido mientras ellos me miraban asombrados, enrojecí –que notaba el calor del rubor en mis pómulos– y solo pude decir: “Lorenzo, pero si tú no eres...”. Había confundido a mi amigo, que entraba justo en ese momento por la puerta de PdT , con Lorenzo y su esposa, unos clientes con los que también estaba citado a esa hora en la imprenta y habían decidido esperar a que yo llegara tomándose un refrigerio.
Me expliqué como pude y todo fueron risas por un equívoco que parecía increíble y que ha sido absolutamente real.
La verdad es que estoy desbordado y hay ciertas cosas que me están afectando a la cabeza con verdadera saña. Necesito pasar el fin de semana encerrado en mi estudio, escondido, pintando monas en mis cuadernos... no puedo con este estado raro de mi cabeza enfrentado a una realidad que no comprendo y apenas soporto... mi cabeza está lúcida y procesa la tensión constante con buenos parámetros, pero el cuerpo no me responde, no me acompaña, no me sigue.
Vaya plan.

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