Monday, February 9, 2009
DJ.
9 de febrero de 2009
Estoy metido en la lectura del guión “DJ”, de Paco Ortega y Nuria Barrios –que me ha pasado Paquito para que le eche un vistazo y opine–, y me parece que puede llevar a una peli estupenda [no sé cómo aún no me ha dado por escribir guiones de cine, que no me parece un trabajo difícil y, además, admite un trazado poético que siempre me ha apetecido... lo mismo me pongo manos a la obra, porque soy un ‘culo veo, culo quiero’]. El caso es que me saca de mi mundo paranormal esta lectura, y eso es bueno, me pone en el aeropuerto de París y me hace flipar. Gracias, Paquito, por el buen ratinín que me estás propiciando.
Y que por la tarde estaba medio feliz, pues la mañana imprentera se me dio bien y todo se destorció un poquitillo, y que llegué al café y estaba mi Tattoo montando el número –ya le habían negado hasta un vaso de agua por faltón–, y que me saludó y me dio un beso en la mejilla [que es muy cariñoso cuando le da], y que me dijo que si podía beber de mi café, y que le dije que sí, que bebiera... y que se alborotó todo y me dijo que quién era yo para darle a él de beber, y que me quitó el paquete de Chester y salió como alma que se lleva el diablo corriendo calle abajo. T. es un tipo majo cuando está en buenas condiciones, muy leído, puestito en música como pocos... y con un pensamiento autodestructivo que le hace apasionante a la vez que peligroso. Yo le quiero un montón [y me consta que el a mí también], pero cada encuentro es un mal trago para mí, pues no sé cómo actuar y él lo nota siempre en mi mirada y se alborota, y me echa unos responsos insoportables de los que no sé escapar. Me alegré cuando salió huyendo con mi tabaco... y respiré hondo.
•••
Alejandra, antes de darse muerte ingiriendo 50 pastillas de Seconal [fue el día 25 de septiembre de 1972], escribió:
“La noche soy y hemos perdido.
Así hablo yo, cobardes.
La noche ha caído y ya se ha pensado en todo.”
Tremendo el poema, intenso, compendió de tantas cosas y resultado de tanta incomprensión...
Yo también soy la noche y sé que yo y los míos lo hemos perdido todo, que ya casi no soy cobarde y que todavía me queda un poquito por pensar. Caerá la noche, sí, y tendrá que pasar también por encima de mi cadáver como lo hizo por el de Alejandra... aunque pienso que yo aún formo parte de sus cobardes y debo empeñarme en la dignidad que me deje tranquilo.
Confieso que hace varios años que vibro en esa cuerda desgastada que creó Alejandra, que pongo en ella mis pies con sumo cuidado y espero tener un día la valentía suficiente como para echarme a caminar, funámbulo, por ella. Decir que todo ha sido llorado ya, saberlo, y luego abandonarse al salto magnífico, a la memoria animal, al lobo de las fauces abiertas, a lo desolado que es fondo de cada nada... y volver al gesto primitivo, al voluptuoso danzar de lo que acaba, al nombre primero, a las ruinas donde la huérfana llora desolada, a lo que cesa con cada pestañeo, a la tregua de lo indefinido...
Y llorar mansamente, sin angustia por dentro, sin necesidad precisa... y abandonarse en la desmesura de un final que transgreda, y ladrarle a la sombra que se acerca deprisa desde abajo.
Caer... caer... caer... y sentir el desgarro de la mordida, la hendidura caliente ahogándose, la lengua latiendo como un corazón en la boca... y pronunciar en alto que el exceso es silencio cuando se cierra el círculo.
Hemos perdido, sí...
¿Qué heredarán mis hijos?
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ALEJANDRA PIZARNIK,
TATTOO
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