Saturday, February 7, 2009

Hogueras y vanidades.



7 de febrero de 2009
Uno, que toca casi todos los palos y aprendió a sonreír en cualquier sitio, pasa del frío al calor con la facilidad de los ángeles y consigue volatilizarse en una suerte de sublimación personal que alcanza límites insospechados. Ayer, por ejemplo, me tomé unas cervecitas en mesa chica junto a mi Fabio querido, junto a Carlos Therón [goyeado dos veces hace unos días por la Academia de Cine], junto a la niña Mombaça [le di un traguito a su cerveza sin querer... lo siento, hermanita, y estaba rica], junto a un tipo estupendo que conocí en Morille y del que no recuerdo el nombre y junto a mi Mariangelona [estaba feliz, pues había venido todo el camino hablándome de la obra de Carlos, de que lo había conocido en Béjar durante las jornadas de cine español, de que había visto su peli y le había encantado, de que le encantaría coincidir con él y hacer amistad... y se lo encontró de sopetón como un tipo encantador y normal, cerveceando y riendo... así que disfrutó mi chica]. Andaban los pericos perpetrando la forma de presentar [en andas] a Fernando Arrabal, que lo traen a Morille para que entierre obra en el cementerio de arte que allí se ubica. Charlamos distendidos, juramos en arameo al nombrar a algunas personalidades salmantinas y nos dieron las 7:30 horas sin querer... tuvimos que salir por patas del hermoso contubernio para llegar a tiempo al sarao pendiente. Al salir del garito, mi mari se dio cuenta de que no se había hecho una foto con mis colegas y que le apetecía mucho, así que volvimos sobre nuestros pasos y los foteé a todos de un plumazo.
Y tuvimos que cambiar el chip mientras atravesábamos la Plaza Mayor salmantina, trocando el gesto auténtico y relajado por ese otro, más churriguera, que está a la defensiva y siempre alerta. Yo partí desde casa con la convicción de mi calidad de cero a la izquierda en este sarao [no es mi tono, no es mi gente, no son mis formas, no es mi habitat...]. Entramos en el Café Novelty y ya estaban allí los ponentes del acto. Enseguida vi a Paco Castaño y me tiré al abrazo, pues hacía cien años, como poco, que no veía al perico, y le guardo sin taras en el fardo de los afectos grandes [el primer toque de atención lo noté en que no me presentaron a nadie, que andaba Paco Novelty atendiendo con afán a José Antonio Pascual y a su nube de amigos, y pasó de mi cuerpo y de mi espíritu... yo lo traía clarito de casa y no me hizo mella, pues sé que siempre fui un poeta menor que tiene imprenta y que resulto peligroso porque estoy como una puta cabra... tampoco obligo a que me quieran, ¿eh?
Y de El Novelty al Casino de Salamanca, un lujo decimonónico patinado de pieles auténticas y pintura de labios, lleno de señorones a la antigua con esposas de fieltro y cartón piedra. Allí me encontré a gente buena y amiga [estaban Willy y Gonzalo Alonso Bartol] junto a otros desconocidos llenos de enjundia en el gesto y mucha pose, gente de la universidad con cargo, birrete y silla, libreros primorosos de relubrón y pelas, rubias de bote, adinerados con olor a dehesa y multitudes, escritores de pela, rataplanes de los de figurar siempre, vejetes semiegregios y pocas almas cándidas.
Saludé a Antonio Colinas [y lo encontré mayor, por lo menos más mayor que la última vez que nos vimos, que ya tiene su lógica], a Hilario y a su hermana [que ya no se acordaba de mí ni de Mª Ángeles], a Isabel [que andaba representando], a Rufino y su gente, a la hermosa Marina [que andaba de consorte haciendo los honores], a Alberto Estella, a Uje Civieta [tiene pinta de ser muy buena gente este pintor de aguatintas]... y por fin me presentaron a José Antonio Pascual [correcto el tipo y muy educado en todo momento].
Foto para la prensa [tomé el centro sin más] y a la mesa de ponentes [aquí tomé la izquierda extrema, mi lugar natural en la movida].
Intervine el primero para contar mi deriva de editor raro y sin pelas, para explicar mi mundo y mis ganas, para dejar denuncia de que las instituciones provinciales y regionales nunca tuvieron en cuenta mi trabajo editorial y ni uno de mis títulos [pasan ya de 200] figuran en los fondos de las bibliotecas institucionales de la provincia... también enseñé algunas de mis ediciones, para que el personal supiese que no hablaba de mentira [sonrieron a veces, rieron abiertamente otras, y quedé en pura anécdota entre tanto boato]. Después llegó el turno de Paquito Castaño, que leyó un romance simpático y larguísimo con fases brillantes dedicadas al colega Novelty [no estuvo mal su asunto], luego intervino José Antonio Pascual, profesoral y extenso, muy atinado a veces y otras veces pasando con alegría por la frontera del exceso [lo peor fue su monotono, su falta de énfasis en la exposición], pero lo hizo perfecto y muy trabajado. Terminó Paquito Novelty, y lo hizo con brillantez e ironía [me gustó su trabado discurso]. Mediado el acto, vi entrar a Paco Ortega como una isla a la deriva... nos sonreímos y me dio la impresión de que todo se hacía más cercano con mi hermanito canalla entre la gente.
Acabamos el acto con esos parabienes de rigor, cañita rapidísima en Novelty, hamburguesa a mordiscos por la calle y vuelta a casa con mi Geles y el bueno de Antonio Turrión, que se vino de copiloto en este rallye.
Después de todo, no estuvo mal la cosa, aunque cada día me gustan menos estos fastos con oropel y risas de mentira. Sé que no es mi lugar [lo repito mil veces cada cinco minutos cada vez que reincido], pero también sé que debo estar sin ser para dejar algunas puertas entornadas.
Lo peor para mí es aguantar algunos comentarios que me asombran y me encienden [Pascual tuvo uno ayer que me dejó mareado... al ver el libro “El peso de la ausencia”, de mi amigo Antonio Gómez, una edición de la que me siento muy orgulloso, comentó con cierta sonrisa irónica: ‘libros sin nada dentro, perfectos para los que no saben leer’], y sentir cómo hay un desprecio tácito [quizás un ninguneo] al tipo de poesía que me gusta y práctico, y, por ende, una sensación de que para estos colegas no existo.
Quizás sea una sensación equivocada [si es así, pido disculpas], pero me siento extraño entre esta gente sobrada de recursos lingüísticos y flema[s], con una idea poética anclada hace tres siglos en su mar literario, con un feeling de élite indolente, con pasta en el bolsillo y mano con cualquier institución que se imagine. Un mundo decadente que me gusta mirar de tarde en tarde, aunque me cansa.





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