Monday, February 23, 2009

El bombero torero.


23 de febrero de 2009
Jodido día apagafuegos otra vez [hoy con algo más de éxito].
Salí a la calle carnavalera como con ganas, que ya llevaba todo el fin de semana preparando estrategias cobrantas y ensayando discursos cobrativos [llevo fatal lo de cobrar lo que me deben, pues siempre tiendo a comprender a mis deudores, quizás por aquella cosita padrenuestro que me enseñaron a palitos los padres salesianos]. El caso es que salí a comerme el mundo...
A la primera, calabazas. El tipo de turno –funcionario– me dio largas contándome historias de firmas, ausencias y esos tiquitiquis funcionariales tan porompomperos... pero no me amilané y me fui a buscar superiores directos a los que contarles mis cuitas... y salió bien, coño; así que pillé el botín y me fui raudo y veloz a la Hacienda Pública para contarles que había llegado a meta con el tiempo justo [no haber llegado me habría supuesto un recargo cabrón del 20% sobre mi deuda, y eso hubiera sido medio mortal de necesidad tal y como están las cosas]. Me hicieron una carta de pago y a correr al banco para llegar por los pelos al plazo marcado.
Y es que los jodidos bancos y cajas no funcionan, nos han cerrado el grifo con fuerza y mucha mala hostia... no renuevan las pólizas de crédito, no dan créditos si no son con garantías que sumen veinte veces lo que pides y, colmo de los colmos, no dan un puto aval con el que paliar las deudas a las administraciones [ejemplo: no puedes pagar a Hacienda porque no tienes circulante gracias a que no te han renovado tus pólizas los figlios de las putanas peseteras, y entonces solicitas a los hacenderos que te aplacen los pagos... y ellos te dicen que sí, que sin problema, coño, faltaría más, pero... hay que presentar un aval bancario para hacer efectivos los aplazamientos de pago... y vas a tu banco de siempre, el que hace seis meses te buscaba para prestarte lo que fuese y como fuese, y te dicen sonriendo que si no tienes crédito, cómo coño van a avalarte... así que te vuelves a la oficinita de Hacienda y se lo cuentas al perico de turno para que te dé soluciones, ya que tu voluntad de pago es seria... y sonríe mientras te dice con palabras técnicas algo así como: “haber elegido muerte...”. En fin, una pescadilla que se muerde la cola].
Cuando solucioné, me senté en un banquito del parque y me fumé un cigarro que me supo a gloria; luego me levanté, extendí mis brazos al cielo y grité: “¡Hijos de la gran puta!”. Una señora que pasaba por allí me llamó sinvergüenza y dijo algo así como que habría que lavarme la boca con jabón, que no se podía salir ya a la calle y que en la cárcel tenía que estar la gente como yo. Le di los buenos días sonriendo y salió corriendo como si la persiguiese el Diablo.
La vuelta a la imprenta fue magnífica, pues llevaba encima la hermosa sensación de haber logrado un imposible y de haberlo conseguido en una mañana corta. Así que decidí tomarme el día de vacaciones [eso es lo que hacemos los jefes cuando nos sale de la punta del capullo... o, por lo menos, es lo que dicen que hacemos todos los que tienen su sueldo asegurado].
No he empezado mi semana mal del todo.
De esa guisa, dediqué el resto de la mañana a leer el nuevo poemario de mi amigacho Santi Gómez Valverde [“Sombra a sombra”], que me llegó a primera hora con el correo del día. Me dejó un extraordinario sabor de boca y me puso murciélago y piporro... “...Nuestros cuerpos son ciegos, / se impregnan de caricias para verse.” [mil gracias por acordarte de mí, hermanito Santi].
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Alargarme como un mugido e intentar tocar todo lo de allá, con las manos pseudópodas, del color del delirio, sin esos grillos estrechos que detienen al azar por las muñecas. Alargarme como una manada en movimiento por la tundra que presiente el galope del agua y el labio de los pastos... y sentir las volutas de un humo que salió de otro pecho detrás del horizonte, el olor a plantas ignoradas, el sabor de los cráteres nuevos que avolcanan de azufre llanuras conquistadas por galopes hipócritas.
El mar está tendido sobre cimas altísimas y su fiebre zoológica es ventana y frontera que se opone ignorando mi vicio de saltar... miro el muro e imagino que es una lata Campbell’s que en su aridez contiene esa pasta dental que nos limpia y nos ata a esta absurda catástrofe del estar, del quedarnos... los cigarros me saben a cláusulas esta tarde, me saben a obligaciones y a tontas reincidencias, me saben a fracasos encadenados, a humillación y comida barata... pero son solo cigarros... yo no los hice, aunque los fume con avidez estúpida.
Esta asfixia me empuja a alargarme como un anélido blando para abrazar la tierra que aún no existe, para ser lo lanzado, la intención, la raíz inaudita que penetra hasta el centro de donde todo nace.
Mientras me alargo, siento conmiseración por los que permanecen atados a sus uñas, esos cuerdos con cuerdas enredadas a su labor de hormigas con el camino hecho y el destino trazado, siento angustia por los que no aprendieron a desperezarse y creen que en esas velas recién cosidas se esconde el movimiento, que hay redes con puertas y ventanas por las que salir...
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El evidente predice cada mañana que un día morirá, y desayuna fuerte... un par de huevos con salchichas, copos de avena con leche chocolateada, tres piezas de fruta y un yogur.
Hoy le vi sentado frente a mí, leyendo el periódico del día; me acerqué a él y le pregunté: “¿Qué tiempo va a hacer mañana”. Sin levantar la vista de su lectura, me contestó con absoluta seguridad: “Felipe, mañana te lo digo”.
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La peor destrucción del pensamiento consiste en hacerlo palabras.
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Las soluciones siempre son antes que las resoluciones [atentos los políticos].
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Los dientes mastican las palabras antes de que las escupamos.
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Lo jodido de lo espiritual es que suele terminar siempre en epirritual.
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La vida es imprecisa... menos mal que existe la muerte.
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Soy cada día por la jodida curiosidad de ver en qué acabo.

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