Sunday, February 8, 2009

Paco Lin Yi-Chin.


8 de febrero de 2009
Corría el año 1977 y yo andaba entonces estudiando Biológicas en la Facultad de Ciencias salmantina. Vivía, por uno de esos raros azares de la vida [el año anterior había vivido/bebido en una buhardilla de la calle Meléndez y mis padres tuvieron que poner freno], en una residencia de curas que se llamaba –no sé si aún existe– Residencia de Estudiantes Rodríguez Risueño [allí coincidí con tipos importantes en mi decurso de ascenso/descenso y también conocí por vez primera el olor de la muerte y su daño]. Pues la cosa es que los curas que regentaban aquella residencia –no recuerdo su orden ni su oficio– tenían por costumbre traerse a estudiantes orientales como becados para que cursaran estudios en Salamanca, y de ahí me llegaron dos amigos entrañables con los que pasé horas hermosas: el japonés Daisuke Kido –guitarrista de flamenco y hombre serio donde los haya– y el taiwanés Paco Lin Yi-Chin –una hermosa caja de sorpresas que poco a poco me fue enseñando el valor de la cultura china y sus usos, además de una forma sosegada y discreta de estar en el mundo–. Pacolín, como le llamábamos todos en la residencia, llegó in albis a España, con su libretita –esa libreta que llevan en el bolsillo todos los orientales, en la que apuntan todo y más– y una sonrisa amplia y hermosa que le regalaba a cualquiera que se pusiera frente a él. Hicimos amistad enseguida, hasta el punto de compartir mesa a diario –el comedor de la residencia tenía mesas para cuatro comensales, y los residentes nos repartíamos por afinidad, por antigüedad o por estudios–. Pacolín tenía prisa y hambre por aprender castellano, y yo le hacía putadas que terminaban en ruidosas carcajadas por las anécdotas que resultaban de aquella formación nada académica. Recuerdo que un día le expliqué que era muy importante, al dirigirse a una persona en conversación, sumarle siempre al sustantivo el adjetivo ‘calentito’ o ‘calentita’ –según el género del sujeto– para quedar como una persona bien educada. Pacolín abrió rápidamente su libreta y tomó nota pormenorizada de todo lo que yo le decía. A los pocos días, Pacolín, que era muy vivo y aprendía muy deprisa, me sorprendió cuando le preguntó a una chica por la ubicación de una calle con un: ‘por favor, españorita carentita, puede decirme dónde está la calle...’. Desde entonces, Pacolín utilizó ese marbete en múltiples ocasiones, creando situaciones de lo más hilarantes... También recuerdo que cierto día le recomendé la compra de un buen diccionario de español, dándole el título del diccionario secreto de Camilo José Cela, con lo que mi amigo ganó en riqueza léxica y, cómo no, en potencia expresiva [decía unas burradas que eran para morirse de risa, y luego sonreía cándidamente sin saber qué sucedía]... Paco me enseñaba frases en chino constantemente [en mi memoria solo ha permanecido aquel ‘sha she ping kuou’ –que no sé si se escribirá así, claro–, que venía a significar algo así como ‘esto es una manzana’], me daba nota pormenorizada de las costumbres alimenticias de Taiwan [cuando le llegaban los múltiples paquetes enviados por sus padres desde Tw, se volvía loco con aquellos manjares que a mí me resultaban auténticas rarezas], me contaba las trifulcas entre los ejércitos fronterizos de las dos chinas, la popular y la democrática [con propaganda en cometas, lanzamientos de cohetes y otras niñerías militares], me explicaba las estructuras familiares y las peculiaridades urbanísticas, me hablaba de los programas de la tele taiwanesa, de su idea de Dios, de sus fiestas y sus ritos...
Fue Pacolín un amigo grande que conseguía que en mi cabeza se ensanchase el mundo, que me dio una mirada distinta y me indujo a una forma de pensar absolutamente distante a la que yo tenía, me formó como hombre entre los hombres y me hizo ver que somos una diversidad prodigiosa... y le perdí de vista de pronto, sin más, sin saber por qué.
Pues cuando fui a Salamanca hace un par de días, paseando con mi hija y charlando de sus cosas [ella me pone al día de todo cuando tenemos un ratito nuestro], me contó que había conocido a un chico chino estupendo que era compañero de clase de una de sus amigas en Ingeniería Informática, me dijo que se llamaba Javier Lin... como un resorte saltó algo dentro de mí y le dije a Mariángeles que le preguntara si conocía a un taiwanés de nombre Paco Lin Yi-Chin... y ahí quedó la cosa.
El caso es que, ayer, con el asunto olvidado, mi hija contactó con Javier Lin vía internet y recordó lo que le dije. El muchacho respondió de inmediato diciéndole que era su padre. Me emocioné. A los diez minutos ya tenía en el teléfono a mi amigo Pacolín, que está asentado en Salamanca, felizmente casado con Sofía [la famosa ‘chinita de las bodas’, solista extraordinaria en la catedral salmantina... y preciosa mujer] y con ese hijo chuli [violinista, para más señas] que nos ha vuelto a poner en contacto.
Yo estoy ya de los nervios por volver a charlar frente a frente con mi amigo, de abrazarle y echar unos ratillos al recuerdo, de decirle todo lo que ha supuesto en mi vida y en mi proceso de pensamiento el haberle conocido, del privilegio que fue tenerle y de la emoción que supone recuperarle.
Estoy feliz, coño... y ‘carentito’.






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