Thursday, April 17, 2008

La culpa siempre es de lo que será, no de lo que fue.


Al final, todo esto no es más que una retórica que podría resumirse con cuatro elementos simples que componen la vida: amar, sufrir, alegrarse o estar triste… pero me encanta retorcer y me empeño en ello, retorcer buscando imágenes entre las palabras recién caídas, y luego recoger la cosecha y guardar las mejores piezas para un poema.
Hoy me entretuve, para huir de la crisis cabrona que me tiene hundido y sacarla de mi cabeza, leyendo “Sobre lo sublime”, del finado Longino, y se me vinieron a la mano las palabras que siguen:

La escasa utilidad de lo sublime.
Sarduy comiendo pasas.
El progreso desentendiéndose del hombre no es grandeza.
Lo profundo da miedo si aún antes de morir ya eres tu tumba.
Compra albaricoques maduros y quédate a vivir en su perfume.
La superficialidad de lo underground no es un misterio.
El huevo me fascina, su palor de esqueleto...
Lo que te hace temer, te pide ayuda.
No estar complica el irse.
Me encantaría poder escribir mi muerte.
El agua tiene sed… llueven relojes.
La culpa siempre es de lo que será, no de lo que fue.
Y la culpa de todo la tiene el tonto idioma, que parece que lo inventaron para separarnos. Su sublime verdad son los matices que encierran las palabras, y su dolor el tomar cuerpo en la cabeza. Yo pienso, por ejemplo, que te amo y digo “te amo”. Tú escuchas y perece el vocablo en tus oídos para acabar formando un nudo que es más prevención que ternura, un “te amo” con colgajos de celo, con defectos de forma, con rasguños de piel; un “te amo” con miserias previstas, con deserciones ciertas, con condiciones netas… mi “te amo” salió limpio y tú lo recogiste mohoso y complicado, imperfecto… y es todo culpita del idioma, no tuya, ni mía; del jodido e indecente idioma.
Yo pienso “tenemos que hacer” con forma de manos unidas y apretadas, con forma de potencia multiplicada y fuerte, y mi boca pronuncia “tenemos que hacer”. Tú escuchas y todo se transforma en un “hay que hacer” que apenas tiene nada que ver con mi visión de empujón unitario que compendie, y recelas, y haces resentimiento de la voz, y contestas a otra propuesta distinta, y todo se hace paralelo e incontrolado… y no tenemos la culpa ni tú ni yo, solo el jodido idioma que tramita su guerra de forma personalizada y poblándolo todo de confusión.
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El tunel es cabrón, pero contiene la esperanza de una salida a la luz siempre. Hoy las cosas no están nada bien, porque los sucesos se avienen como fichas de dominó y todo es caos y sensación de ruina [la economía cercana, hecha en el aire, pierde fuelle y vomita en mi cara su peor bilis; la enfermedad me toca justo al lado de la forma peor –Magdalena, Ángel, Maite…– para conseguir que me sienta más vulnerable que nunca, los hijos me dan un miedo atroz que apenas sé llevar, mi You se quedó al pairo en sus papeles con los cambios políticos y debo seguir manteniéndole hasta que vuelva a ver una vía abierta entre los que mandan… y la banca, y las facturas pendientes, y los deudores que no pagan, y el IVA, y las retenciones de Hacienda [hay que matricularse el lunes como sea], y las empresas que van cayendo cada día como un goteo, las nóminas, la Seguridad Social, los atrasos del convenio de artes gráficas [hay que pagar dos años], los seguros privados, los créditos, el renting… la crisis me ha pillado por los huevos y aprieta como nunca hasta conseguir que las relaciones con los demás cobren tensión sin que deban hacerlo, y que esa tensión me embarque en un proceso mental negativo que no quiero, porque sería fatal para asumir todas y cada una de mis responsabilidades vacías y prosaicas.
Salir es delicado, pero exige valor y sonrisas, toma de decisiones y quitarse el miedo de encima con el convencimiento de que el mundo del hombre es un invento al que puede dársele la vuelta de un día para otro como un juego de magia. No pasa nada que no haya pasado antes, y por ello debo levantarme de esta silla y quitarle su disfraz de ataúd, ponerme mi mejor ropa y calzarme mis zapatos nuevos, tomar la sonrisa de hombre capaz y tirarme a la calle a buscarme la vida con regates cortos y agresivos.
En fin, otra vez en la lucha, otra vez a la selva del no saber, otra vez al intento de alzar el vuelo desde un acantilado [solo pido que quien me quiere me apoye con su sonrisa y su mirada, que me diga sin palabras que está conmigo… solo eso]. Y después de esta jodida etapa de montaña volverán los días de llano y músculos destensados y vivos, vendrá la sensación de ser de nuevo, vendrá la calma que da seguridad y hace entonar al viento lod cantos de victoria.
Ser para deshacerse.
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EL DECADENTE ENCANTO DE UNA TARDE CON NIÑOS



































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