Thursday, April 10, 2008

Tres días de libidinoso aguacero.


Tres días de libidinoso aguacero para poder lucir mi viejota gabardina Burberry’s del 77 [que la quiero como a un hijo chico], para remojarme bajo los goterones de los tejados y meter mis botorras en los charcos como un muchacho y pensar en mi ‘peloverde’ achicharrándose con un sol Pacífico y poniéndose canelita en rama. Estoy mal, pero este diluvio galáctico me pone bien y me trae sensaciones antiguas que se me meten por la nariz y por los ojos como un coito en condiciones… y pongo migas de pan para los pájaros junto al portón de la cochera, y lo hago como una redención o una pirueta… migas para esos pájaros que no saben de África porque no tienen fuerza ni potencia genética para migrar, y las picotean sobre los charcos y bajo la mirada de los milanos, recién llegados de las praderas de arena del Sahara para bendecirse y bendecirnos en nuestros tejados [este año han llegado cientos de ellos a Béjar, más que nunca].
Y me dan unas ganas enormes de dejar que fluya el chorro de mi pensamiento, y lo dejo fluir como un esperma joven… buscar en el error de la mirada y quemar la ignorancia, persistir en el asedio a lo que será un cadáver, reír la vanidad, buscar los hilos en el bajo del día para deshilacharlo, ser relámpago, morder, penetrar lo intocable, adherirse a la próxima zozobra sin temor, fallecerse un poco a las tres, descansar de este ocio trabajando, acordarme de ti y una sonrisa, inclinarme a beber y observar unos pechos turgentes mientras bebo, fluir mientras me engaño, aullar algún cansancio, hacerme fantasía, colegir, humedecerme, ofrendar tentaciones mientras pinto membrillos, rozarte, palpar en la blandura, encallar, ser extranjero en algún lugar y que me amen, ser apócrifo, conformarme con una mirada de gratitud, sentir vergüenza, ser cicatriz, ascender como un tacto, romper el himen de un verso, dormir en la escalera, cantar con los borrachos, reincidir, mudarme la ropa blanca ante el espejo, hacer muecas en público, ciscarme en los poetas de panfleto y euríbor, cerrar mis labios para esperar un beso, otoñarme, silbar, penetrar, ser efímero, inventarme una prisa una brisa, mostrar deslumbramiento, mirar a una mujer con más edad que yo, madurar como un ciego, ceñirme a lo que no es, vestir de negro, atreverme a enfocar, pulir, interponerme, destruir, cantar en antros viejos canciones de borrachos, orinar, resollar, afrontar lo sagrado… entrar… salir… volver a entrar… y quedarme adentro para siempre, espiral y dorado, como un altar o un vientre, como un cáliz o un árbol.


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La tarde, igual. Lluviosa y humedota, atravesada y bella. Y yo sigo en lo mismo… candado, atrabiliario, encendido de hormonas sobre las que no mando, queriendo muertos por no querer amores, galopando fatiga de hacer nada, incierto muy remoto, varado en un charco que parece un pedazo mar chiquito que me recuerda a Girondo, borracho de palabras y deseo, aburrido como en el paraíso, comprendiendo y callando, viejo como el té o la camomila, harto, transeúnte, loco… ¿Cómo atravesaré la frontera?, quizás de cara a la pared recien encalada y llorando, o muerto y con la cabeza por delante, o mirándote a los ojos y desnudándote entera… ¿La poesía tiene cuerpo? Sí, la mía sí, es hermoso y podría contener las primeras uvas del año… ¿Hay un vértigo en el infinito? No, hay dos vértigos: el de no llegar jamás y el de haber llegado…
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Amigo Cumbreño, qué bello es saber que las puertas de las casas en ruinas pueden abrirse solo hacia un lado, pero también que hay ladridos que no tienen un perro que echarse a los ojos o que la luz se matiza en la sombra y en ella toma dimensión. Leí hoy por enésima vez “Las ciudades de la llanura” y solo puedo decir: “PERFECTO”… y también que es un orgullo, y grande, saberte cercano… y una esperanza, una gran esperanza, temblar con versos como los que tú escribes, volver a emocionarme otra vez y llorar de alegría porque aún queda un ‘poeta’ al que poder amar, y que está vivo, y que respira el mismo polvo y se moja con el mismo aguacero. Tus versos son verdadera esperanza, amigo, y me hacen sentir que no estoy solo, que no estoy loco, que no estoy muerto. Eres de otro lugar, amigo, de esa isla lejana y perdida que se llama Emoción y encierra en sus entrañas tesoros valiosísimos que son en sí aventura, pero a la vez proceso intelectual, pero a la vez belleza, pero a la vez simplísima calidad de hombre… Yo he robado tus versos, no te enfades, y los guardo por míos hasta que sea polvo.
Déjame decir tu nombre en alto: ¡¡¡JOSÉ MARÍA CUMBREÑO ESPADA!!!… y luego déjame gritar: ¡¡¡POETA!!!

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