Sunday, April 6, 2008

Manchado de tinta se está de puta madre.


No me gustan los débiles que muestran su debilidad sin una segunda intención posible, los que la exponen para ‘exponerse’, sin haberse parado a pensar antes en que hay otros con debilidades mayores que los harían felices solo por una pequeña comparación. Debieran ponerse una pistola en la sien y tener el coraje de disparar y desaparecer. Así serían protagonistas de su propia vida.
Y es que también hay que saber disfrutar de lo que te hace daño, porque es parte de ti, del edificio que construyes… y de ello se aprende [hasta a reír].
Ayer me dio una pulsión [es muy común en mí] y me fui a una tienda de materiales de arte con intención de gastarme en ella todo el dinero que llevaba en el bolsillo. Fui absolutamente monográfico y me dejé toda la pasta en cuarenta tinteros llenos de tinta china de colores [Drawing Ink] que empecé a utilizar con ansia justo cuando volví a mi estudio. Creo que fue el sol, que ayer pegaba fuerte, y que me había quedado en manga corta y con el pecho al aire, circunstancias que me castigan siempre y me ponen un puntito de locura en el cuerpo. Me sobrepuse así a mi debilidad, como siempre lo hago, con actividad frenética y con pulsión creativa, y solucioné el día de calor y mal rollo con unos dibujos negros llenos de esas espirales aguadas que me enseñó a hacer Albertito Hernández sin querer un día que me dejó unos dibujos suyos para ilustrar en mi revista [‘El Sornabique’] un trabajo sobre Antonio Gamoneda.
El caso es que me lo pasé de puta madre y mi debilidad se diluyó en el hambre de hacer e intentar decir haciendo. Mis dedos manchados de tinta negra son hoy la resaca, una resaca divina que no sale con jabón ni estropajo [son buenas las jodidas tintas].
Y ahora me subiré a La Covatilla, porque tengo allí reunión de trabajo [y es domingo], y quizás hasta remate con comidita de autoservicio rodeado de la poca nieve que ya queda en la sierra bejarana. Me subiré mi cámara e intentaré algunas tomas para guardar.
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Subí y bajé… y entre medias un estupendo rancho cuartelero [covatillero] compuesto de ensaladilla rusa, espárragos envueltos en jamón york, filetes con patatas fritas y ensalada, tartita de arándanos y café solo… Subí y bajé… pero no sin antes encontrarme con un Joselín cabreado porque se le habían rayado los esquís y mirar a mi hija con distancia y con orgullo, asentada en su trabajo [hoy termina], y tomarme unas cocacolas con Carlos, Alberto, Porfi, Paco y José antes de la reunión pertinente que me llevo a tales alturas físicas [me jode ir a La Covatilla porque la presión me tapona los oídos y no me gusta esa sensación aviadora]… Subí de vacío y me bajé a mi hija junto a los esquís de Joselín, ya pulidos y encerados, que iban dando bandazos por las curvas del camino de vuelta a casa.
Mi conclusión, al cabo, es que subí y bajé… no mucho más.






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Y a eso de las cuatro volví a pisar mi terreno, ocupé mi espacio natural, mi biotopo… acaricié la piel de mi sillón de trabajo, toqué con deleite mis pinturas, manoseé algunos de mis libros, coloqué en un estante los libros leídos en las últimas semanas y pillé los que voy a leer para colocarlos sobre mi mesa de trabajo.
Respiré hondo y volví a decirme en alto: “Felipe, tú no estás para salir demasiado de este espacio, que es como un paraíso pequeñito de dos por cuatro metros… olvida el mundo, coño”. Luego me puse a pintar un ratito, y en eso ando.







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