Monday, April 7, 2008

Utilizar las uñas.


Siempre me pregunto por lo que nos hace salir adelante cuando estamos mal, pero sobre todo lo por que le hace seguir adelante al que no tiene dónde caerse muerto y su vida es una torcedura constante… levantarse entre la porquería y saber a ciencia cierta que vas a volver a dormir sobre ella, y sonreír y buscarse una solución de urgencia cada jodido minuto con la decisión de pasar un día más, aunque sea sin esperanza… quizás todo radique en saber conformarse y entender que el pan duro y la colilla a medio consumir que le arrebatas al tipo de la limpieza pública, ése que lleva un chaleco fosforescente, te pueden dar tanta intensidad como una campaña militar en el norte de África o descubrir las propiedades y los usos del Radio… quizás todo tenga solución en procesar la vida como una aventura por hacer, una aventura en la que te lo juegas todo a un mínimo absoluto que termina justo cuando aparece el siguiente.
El peligro mayor está en la cabeza, en pararse en el hacer y el conseguir, y dedicarse a elucubrar hasta la justa locura y la consiguiente desesperación.
‘Hacer’ resulta siempre una terapia magnífica para los fracasados como yo, pero hacer con imperfección y sin buscar finales, hacer como quien toma unas avellanas entre comidas o dibuja un monigote en una servilleta de papel. Al fin y al cabo, es muy sencillo percibir que nunca has ido a lugares concretos porque, entre otras cosas, no hay lugares concretos a los que llegar con la cabeza… por eso hay que utilizar las uñas y aferrarse en lo absurdo de una actividad sin frente y sin perfil. Y es que todo se resume en contrariedad, contrariedad de lo físico [el tiempo nos derrota hasta los huesos afilados] y contrariedad del pensamiento [que se abate siempre en busca de una luz, cuando tiene claro que solo existe un solucionario de oscuridad]. Por ello, por todo ello, hay que buscar siempre hacer de la vida una línea quebrada o, como poco, discontinua; una línea en la que la caída sea impulso y el ascenso convoque ese magma capaz de hacerte caer sin demasiado peligro.
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Se pregunta Valéry que si el hombre empezase hoy su camino, con los conocimientos científicos que poesee y sin el retórico bagaje de las supersticiones históricas a su espalda, inventaría las religiones tal y como ahora las mantiene y las consume. Es/fue magnífico este tipo, y su mundo [que acabó físicamente en 1945] late con fuerza y novedad en la filosofía por hacer. Leer [despacito, que lo pide el texto] sus “Cuadernos” es descubrir en cada frase un camino nuevo y distinto por el que pasarse diez vidas enteras caminando. Sus pensamientos son brillantes y su interpretación del hombre es asombrosa y positivamente distinta a otras que conozco venidas de los grandes intelectuales de los siglos XIX y XX.
Permítaseme decir que estos “Cuadernos”, junto a “El oficio de vivir” de Cesare Pavese, los “Diarios” de Alejandra Pizarnik y el “Noches de escupir cerveza y maldiciones” de Bukowski y Sheri Martinelli, son para mí [y seguro que también para quienes las degusten como yo lo he hecho] las cuatro obras luz del siglo XX, cuatro trabajos abiertos que dejan en la lengua el sabor intenso de que aún se puede hacer esa revolución necesaria que lleve al hombre a la excelencia y que le dé valor real a los principios y a los finales intelectuales.
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Y Buk… “… no debemos estar seguros nunca, ni siquiera cuando lo estamos…”. Buen plan de vida, un plan magnífico que solo responde a la realidad y que, por ello, nos pone en la realidad. Pero una cosa es no estar seguros y otra muy distinta es vivir acobardados, escribir acobardados y morir acobardados. No, a eso me niego. Me niego con rotundidad.
Llegamos desnudos [alguno dirá: ‘unos más que otros’, y tendrá razón…], y ya es inseguridad esa desnudez, una inseguridad de la que debemos aprender a empellones… luego, la vida nos pone en un espacio [que puede ser cabrón o amable] y en un tiempo [que siempre es para gastarlo, pero hay demasiados que no saben hacerlo], y tenemos que gestionarlos poniendo parámetros con cierto valor matemático [quiero decir ‘por acuerdo unánime’], unos parámetros que nos marcan la unidad, y luego nos queda operar con ella, sumar o restar, multiplicar o dividir, o quizás cualquier otro tipo de función compleja… y desde esa unidad nos sentimos colmados o frustados, derrotados o vencedores. Lo malo es que las unidades son completamente distintas de un hombre a otro y, lo peor, es que en ellas muchos se apoyan para mirar con seguridad al mundo que les rodea [el que nació con casa, no puede imaginarse sin ella; el que llegó con fincas, no se haría sin el horizonte que marcan sus hectáreas; el que amaneció con unos padres vivos, no puede idear su existencia sin ellos a corto plazo… y esas son sus unidades, y no admiten merma posible… hasta que llega].
Ayer, alguien a quien quiero mucho le puso nombre a uno de los monigotes que me inventé el fin de semana, un espectro con la cabeza hecha de una mancha negra y los ojos espirales. Lo llamó ‘Poemalo’, y me explicó que lo había visto en sueños como un ser capaz de entrar en las historias y cambiarlas. Sin querer le había dado forma a la ‘inseguridad’ no valorada, pues a ese ser de tinta china lo imagino capaz de quitarle la casa al que la tenía como unidad, de quitarle las fincas al que miraba su horizonte hacia el norte, de quitarle los padres al que fiaba en ellos la comida diaria… un ser, ‘Poemalo’, capaz de cambiar con su sola mirada el valor de la unidad de cada uno para ponerle a la vida sazón y desastre.

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