Tuesday, April 22, 2008

Sobre el socialismo democrático.


El socialismo democrático al que pertenezco por ideología [que por principio no es revolucionario, pero tampoco es esa socialdemocracia de libre empresa] se basa en la intervención pública en la economía y en el control del sector privado, lo que exige un presupuesto muy medido de ideas claras sobre las que hacer política. Y es en esto en lo que parece que Jesús Caldera tiene que abrir trochas nuevas.
Mi percepción del asunto, mi percepción de tipo escondido en el culo del mundo al que solo le arañan un poquito las circunstancias políticas reales, es que se debe trabajar fundamentalmente en política social sin poner excesivos acentos en las falsas igualdades [esas que no existen por fisiología], esos acentos que hacen que las balanzas cambien de sentido de forma artificial [me refiero a la cuota femenina, por ejemplo, o a la igualdad de oportunidades en los casos de minusvalía…], y que nadie me mire mal y lea bien, que me estoy refiriendo a las ‘situaciones forzadas de forma artificial’, ésas que pueden traer en sí mismas opciones de injusticia a la contra.
Creo que el futuro del socialismo debe caminar, a grandes rasgos, por los caminos de la protección de las personas en todos sus ámbitos [salud, educación, trabajo, vivienda, igualdad tomada como no discriminación –ni negativa, ni positiva–], control de la economía con intervenciones en la banca [creando bancos sectoriales participados por el Estado y armando una estructura crediticia que se ajuste con razón y justicia a los diversos grupos sociales y a sus economías]; controlar el sector privado, especialmente el que contiene potencia de variar sensiblemente el decurso económico y/o el social [vivienda, transporte, nuevas tecnologías, combustibles orgánicos e inorgánicos, materias primas de uso básico en alimentación o similares…], marcando precios máximos y mínimos, así como escandallos de beneficios permitidos, producción con relación a un consumo natural y no forzado, gestión de reservas y fomento de la investigación participada por lo público siempre; trabajar en una ley de enseñanza nueva y moderna basada en procesos intuitivos y que propicie individuos capaces de gestionar información [no de acumularla] con criterio propio, de tal forma que nuestros muchachos y muchachas cumplan unos mínimos de actitud y aptitud crítica que les propicie salir al mundo del trabajo con ideas propias y no con prediseños materiales vacíos; propiciar el manido ‘mundo sin fronteras’ en el que cualquier hombre pueda acceder por sus valores y capacidades a participar en nuestra sociedad sin barreras de sexo, raza, religión, procedencia o ideología; conseguir que el hecho religioso se encierre en lo individual como opción libre y que ninguna sensibilidad espiritual sea patente social o política ni, por supuesto, suponga discriminación o patente de corso; trabajar por el pleno empleo y trabarlo en pautas de idoneidad por formación y por pericias, propiciando la igualdad de sueldos y evitando que la ventaja genética suponga un beneficio de quien la posee [pagar por responsabilidad y por resultados está bien, pero también hay que igualar el pago de las horas de trabajo común en todos los sectores, estableciendo máximos en términos de vida desahogada –sin llegar a la inmoralidad– y mínimos en términos de vida digna; proteger la cultura y la ciencia como un valor de Estado, procurando que llegue a todos por igual y protegiendo a las grandes mentes para fomentar su creación con medios y tiempo [trabajar para eliminar las mafias culturales y científicas, que fundamentalmente llegan del medio universitario, y propiciar que sea el Estado quien gestione íntegramente los medios y los mimbres de la cultura y la ciencia]; proteger con decisión a las minorías débiles, fomentando su participación y su bienestar sin que ello suponga discriminación al resto de la sociedad hábil; potenciar las nuevas tecnologías y las energías limpias, apoyándolas con firmeza y castigando con dureza el mal uso de los recursos energéticos y sus efectos sobre el medio.
Para todo ello sería preciso que el socialismo democrático formase a sus cuadros con severidad y con empeño, y siempre en base a una ideología muy elaborada, con fines concretos y perfectamente medidos y también con disposición a dar participación en la gestión, el diseño y la toma de decisiones a personas con capacidad demostrada e ideologías distintas; que se trabajase en la concordia y en una política de brazos abiertos que hiciera de las legislaturas comunidad unida y no guerra abierta.
Ayuda mucho a comprender la posibilidad de futuro el excelente trabajo “De la esencia y valor de la democracia”, del admirable Hans Kelsen [publicado en castellano por ‘KRK pensamiento’], en el que se averigua que puede existir una buena democracia [a pesar de que Kelsen expresa con claridad que “solo desde la ingenuidad o desde la hipocresía puede pretenderse que la democracia sea posible”, lo que nos da una idea del extremo utópico que conlleva tal sistema] si se trabaja en parámetros de realidad y se da la condición de imprescindibles a los partidos políticos, si se cuenta con la figura del Parlamento como clave irrenunciable de gestión y legislación, si se eliminan totalmente los privilegios y la impunidad, si se fortalece el concepto y la práctica del referéndum y si se respeta la iniciativa popular [¿demasiadas cosas que deben concurrir, no?]. Propugna también H. K. que para llegar a un entendimiento positivo debe contarse con “una sociedad relativamente homogénea desde el punto de vista cultural y, en particular, una misma lengua” [es curioso, como poco]. También insiste con cierta vehemencia en que la ley debe ser administrada excluyendo la influencia de los partidos políticos [piénsese en la situación actual] y en que ha de diferenciarse netamente entre la igualdad impuesta [que lleva a la dictadura] y la libertad [entendida desde su punto de vista liberal, que no comparto, pues creo firmemente en que se puede usar el control político para llegar a una alta cota de igualdad sin la necesidad de llegar a lo totalitario y a la falta de libertad]… me gusta, sobre todo, cuando dice que hay que hacer caso a las minorías porque no están absolutamente equivocadas.
Visto el asunto desde la sobresaliente mirada de Kelsen, queda claro que los partidos deben batirse en el terreno político aceptando las condiciones del sistema y mejorándolo, siendo exquisitos en el cumplimiento de esas condiciones y aceptando, en su caso, el que otras ideas sean las imperantes, lo que no quita para estar bien armado ideológicamente y poder así tomar el poder de la mano del pueblo [cuando éste así lo decida] y poner en marcha de inmediato todo el mecanismo ideológico amparándose siempre en una voluntad de consenso, diálogo positivo y colaboración leal.
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Lo que no sé aún es cómo de pronto me ha salido una suerte de ponencia política, yo, que hoy me he cruzado con un perico que me ha dicho “Adiós, Antonio”, con otro que me ha enseñado una tarjeta de boda mientras me explicaba como con dolor que se tendría que hacer un traje, otro que me ha saludado a voces desde su partida de cartas y con un copazo en la mano, otro que me ha rogado que no fume por el bien de mi salud, otro que me ha ofrecido su inestimable apoyo en el proyecto de escuelas africanas, otro que me ha recomendado no pagar los recibos de una máquina que me está dando mil dolores de cabeza en el taller, otro que me ha llamado para decirme que nos han vuelto a entrar en el local de MPDL de la calle Colón [fui a verlo y nos habían roto la cerradura y el tirador de madera, además de mearnos la puerta de lado a lado, nada más; otro que quiere que le publique un libro con sus cosas [y que lo pague yo, jajajajajajaja], otro quejándose de lo mal que van las cosas… ¿Cómo cojones me ha salido la perorata política?
No sé.


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