Wednesday, April 30, 2008
Tomaba mi desayuno...
Tomaba mi desayuno junto a Ricardo y Josema cuando apareció Braulio G. Noriega [T. S. Norio], como si nada, con un sobre blanco en la mano y su sonrisa eterna, con su paz de ángel como salido de las minas de carbón y dispuesto a echarse a volar sin más. Nos abrazamos fuerte y continuamos el rito del café con conversación de puesta al día. En el sobre traía el número 504 de “La última canana de Pancho Villa”, que bajo el título hermoso de “La compañía de Mimo Rodin vuelve a Salamanca” recoge un gozoso poema de Norio [que me dedica… mil gracias, amigo] y unas hermosas fotos realizadas por Belén Artuñedo sobre estatuas de Rodin. También me dejó la décima edición del diccionario cananero, realizado para entregar a la gente del Encuentro de Editores Independientes que se celebra este puente en Punta Umbría.
Cambiamos cromos y bajamos a mi estudio para ordenar los días de ausencia con una mirada rápida a las cosas pendientes.
Luego se fue. Le quiero yo a este tipo.
•••
Hay un claroscuro en el que logro verme de otra forma, en otro tiempo, en otro espacio.
Hoy me gustaría estar viajando hacia Punta Umbría para gozar entre mis amigos editores, pero no pudo ser y me tengo que quedar con el almíbar de la memoria y la bilis jodida del monedero.
En ese claroscuro me veo libre y sin sentido práctico, sin orden ni misterio, a mi puta bola.
Y luego vendrá a visitarme mi amigo Emilio con su familia, y cenaremos juntos y charlaremos hasta que el cuerpo diga basta… árnica al fin y al cabo para lo que me pierdo.
En ese claroscuro me veo un tipo de ayer, el que no pudo ser, pero también el que no piensa claudicar, y ése si existe.
Y a las 12:09 llegó el cartero con una hermosa edición Amargor llena aforismos rechulos –lo afirmo porque ya los conocía– de José Luis Morante [“Sueltos”] al que acompaña una carta cosiendo amistad en el mismo tono entrañable que siempre guarda para mí José Luis [le escribiré de largo en cuanto pille media horita libre].
En ese claroscuro soy feliz y extrañado, redondo y contumaz, fiera y víctima, cárcel y vuelo.
El tipo de las cuatro –soy yo, M. M.– violó a una flor temprano, una que había crecido entre el cemento de la calle como una supervivencia, y se sintió poderoso y lascivo por esa destrucción; luego pisó los charcos que jugaban a morder como océanos pequeños en su camino, y sus botas quedaron mojadas como un vientre recién cabalgado. Miró al cielo y escupió hacia arriba mientras hurgaba en su bolsillo derecho buscando los boliches plateados que le proporcinaban tranquilidad. Vio a una mujer caminando apresurada y la desnudó entera, pero no le gustó y volvió a vestirla.
El tipo de las cuatro tenía sensación de minotauro, pero todo era espacio abierto y sintió una derrota de esquinas, pues nunca fue capaz de armar laberintos sin muros. Se sentó en un portal, prendió un cigarro y miró a las cigüeñas dejarse caer desde la torre de la iglesia como suicidas blancos.
La vida es maravillosa –pensó–, pero también depravada.
El cielo, entonces, se hizo de esperma… pero no llovió.
•••
El obelisco de Hatshepsut indica un punto en el firmamento, un punto que se refleja por las noches en el lago sagrado del templo de Amón… y la lanza que Atenea sostenía en su mano izquierda también señalaba el mismo punto, pero nadie mira allí jamás, porque el olvido protege siempre al misterio. Guido di Pietro pintó el dedo índice del ángel de ‘La Anunciación’ señalando a ese enigmático punto y la calavera que representaba la muerte de los críticos en la obra ‘El Estudio’, de Courbet, dirigía la mirada de sus cuencas vacías de ojos hacia el mismo punto…
Yo lo busco cada noche en el cielo despejado de nubes, cuando salgo de mi estudio a la calle, mientras me dirijo a casa, porque sé que en ese punto está la respiración acelerada, el placer del arte, la emoción… pero no logro encontrarlo [quizás es que los parámetros han cambiado con el tiempo y debo calcular nuevas coordenadas], pero mientras tanto voy tirando con el gesto de las imágenes y los objetos creados por quienes consiguieron verlo con nitidez. Por ello, me deleito hoy con la obra de George Grosz, con su “Friedrichstrasse” de anuncio ‘Manol’, con su “Marseille” de luminoso ‘Dufaye’, con su “Rapture” de sexo al aire y mirada al cielo [obra absolutamente divina], con su “Ecce homo” de mujer tumbada y fumando, con la delicia que se llama “Annie” [me excita profundamente ese dibujo], con las hermosas nalgas de “Alone” o con el “Athlete” y su gramófono y su copa de vino y su mujer tumbada… Grosz sabía del punto y hasta creo que llegó a vivir en él durante un tiempo.
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