Saturday, May 3, 2008
Y ahora voy a fumarme otro cigarrito a tu salud, y va a saberme a gloria.
Hay un sentido de la posesión que no me gusta nada, porque lleva bajeza a su lado y contiene desprecio. Quien lo tiene, no es capaz de discernir sobre otra cosa que no sea lo suyo, sus sentimientos, sus cosas… y siempre en clave de afección –y también con una jodida carga de afectación– [es una posesión que confunde el puro egoísmo con el amor, pues incide consciente e inconscientemente en el que posee, otorgando solo ‘valor’ en la medida en que a él le afecta].
Existe sentimiento de amor o no existe [nunca hay menos amor o más amor] y existe un egoísmo que siempre se tramita en posesivo singular.
Quien quiere de verdad nunca utiliza los artilugios de la cantidad, entre otras cosas porque no los necesita, y no los necesita porque sabe en lo más profundo que administrarlos junto al amor –me sigo refiriendo a los artilugios lingüísticos de cantidad– es ruin y te hace despreciable.
Se quiere o no se quiere, y siempre con todas las consecuencias.
Durante estos dos últimos días –tristes y duros de tragar– hubo tiempo para la conversación y para el pensamiento. Me sorprendió que en conversaciones distintas y con distintos conversadores salieran con frecuencia expresiones del tipo “nada es blanco ni negro”, “siempre hay términos medios”, “hay que relativizar”, “las cosas no son tan fáciles”, “nada es simple”… y pensé sin medida en que esas expresiones son puro retorcimiento que utilizamos los hombres para complicarlo todo y siempre… porque todo es blanco o negro, y los matices no existen, ya que el gris es gris y, por tanto, es otro color distinto, pero absoluto, por lo que podríamos decir que las cosas son blancas o negras o grises o… pero nunca ampararnos en la negación como definición, que no es correcto… y los términos medios son también absolutos, como el gris… y relativizar también es el absoluto de la indecisión que nos lleva a priorizar… y la facilidad es una dificultad para el que no la tiene –y siempre la dificultad es un absoluto buscado por el hombre para huir–… y lo simple es tomar dirección sin cobardía.
Es calidad del hombre el complicarlo todo para salvarse huyendo, porque a los hombres nos aterrorizan los finales –cualquier final–, ya que se posee mientras se camina, y cuando se llega a los finales es cuando se acaba la posesión.
Le explicaba ayer a mi cuñado Francisco –refiriéndome a la acera cortita que hay en la puerta del tanatorio– que si quieres ir hasta la pared de enfrente, solo tienes que caminar recto hasta ella, y puedes ir tú solo o acompañado, y puedes ir y apoyarte en ella un ratito y luego volver, y puedes ir y volver 25 veces, así de fácil: decidir que quieres ir y echar el primer paso… pues no, los hombres no lo hacemos nunca así… podemos pensar que el muro puede caerse sobre nuestra cabeza, que la acera es demasiado recta y no puede ser tan fácil ni tan simple, que quizás arranque a llover cuando esté allí y no hay un alero bajo el que cobijarme y no llevo paraguas y no he pillado Kleenex y no llevo suelto en el bolsillo y lo mismo me entran ganas de mear… ¿y si voy antes a casa y hago acopio de todo?… pero mi casa está lejos… bah, cojo el coche… ¿tendré gasolina suficiente?… pero me dejé la Visa en casa, coño… y si voy a casa lo mismo no me apetece volver…
Y al final no recorres los 19 metros de acera que te llevan al muro porque nada es blanco ni negro, porque no todo es tan simple, porque hay que relativizar, porque siempre hay términos medios…
Un animal no haría eso jamás, tomaría de inmediato la decisión de ir o no ir y lo haría sin someterlo todo al absurdo de la duda vacía.
El problema es que ‘la duda’ hace al hombre, pero otro tipo de dudas, coño; no esas constantes dudas que te quitan de hacer y te comen el tiempo y te convierten en un auténtico imbécil, en un ser inferior [da igual las vueltas retóricas que le des al asunto para torcer estos argumentos míos, que me toca los cojones].
Pues en los sentimientos es lo mismo, justo lo mismo que en el asunto de la acera y el muro del tanatorio. Hay que tomar decisiones simples y expresarlas por el terreno de la facilidad, y no hay que buscar términos medios ni matices de grises: somos o no somos, amamos o no amamos, estamos o no estamos… y eso sin intentar enredar al otro en nuestro ser, amar o estar para complicarlo todo.
Yo ayer me salí de la iglesia muy enfadado para fumarme un cigarrito a la salud de mi Magdalena, uno rico y largo, y enseguida me di cuenta de que estaba en mi sitio, que era fuera de allí, de todo lo que supone el templo y el tipo mojicón impartiendo su meeting de terror y su fuego eterno. Magdalena estaba conmigo y con Guillermo, los tres sentaditos en el poyete que hay frente a la iglesia, con Mª Ángeles y sus amigas preciosas, riendo a ratitos y llorando a bocanadas de humo mientras me convencía sin duda alguna de que quiero a Magdalena y a Ángel y a Guillermo y a Mª Ángeles y a Felipe y a Ángeles y a Julia y a Nena y a Carmen y a Adela y a Antonio y a Francisco y a Juan y a Amaro y a Julina y a Claudia y a Javier, y a Miguel Ángel y a Pablo y a Sara y a Juan Ignacio y a Estela y a Mercedes y a mi madre y a mi padre y a Auxi y a Manuel y a mi tía Toñi… y que los quiero a todos igual, absolutamente igual, sean como sean, hagan lo que hagan, digan lo que digan… los quiero de la misma forma en que me recorrí la acera hasta el muro, sin pensar en dar o en recibir, sin calibrar otra cosa que no sea amor y basta.
Los hombres somos raros de cojones, porque todo es muy simple y estamos empeñados en hacerlo difícil a base de roles fríos y artilugios de cantidad calientes, pero cuando hay algo que ata y lo sabes, a qué buscarle dudas, a qué darle cien vueltas.
La muerte me gusta más que la vejez, porque me hace saber que todo es simple y realmente hermoso… y hay vínculos fuertes que están muy por encima del ‘aquél dijo’ y el ‘yo hice’.
Mil gracias, Magdalena, mi niña, por tu tiempo latiendo y por habernos unido a todos de esta forma. Un beso fuerte, fuerte.
Y ahora voy a fumarme otro cigarrito a tu salud, y va a saberme a gloria.
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