NUEVO DISCO DE JESÚS MÁRQUEZ QUE RECOGE POEMAS DE ANTONIO ORIHUELA, JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, DANIEL MACÍAS, SANTIAGO G. VALVERDE, INMA LUNA, ELADIO HORTA Y LUIS FELIPE COMENDADOR. ES UNA PRODUCCIÓN DE «EMI» Y «EL PESCADOR DE ESTRELLAS» EDITADA Y DIRIGIDA POR PACO ORTEGA.
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La lunática orinaba esta mañana en los soportales de la Plaza Mayor con la falda levantada y sus bragas color carne agrilladas en los tobillos. El chorro sonaba potente mientras soltaba su perorata como otro chorro par: “Sabéis que lo sé todo, sé quién entra a misa y para qué, sé quién se tira a la gorda Saturnina, sé quién roba con corbata y quién lo hace por hambre, y tengo una lista con los nombres de todos, y también con los apellidos, y con los nombres de sus abuelos y de sus abuelas; sé por el olfato si has comido o si vas a hacerlo pronto, sé a quién debo hacerle una fotografía levantando mi falda, sé que vais a morir todos y yo me reiré e iré hasta vuestras tumbas para regar las flores de los dolientes con mi orina, sé que Dios es un gran masturbador –y se santiguó tres veces según lo decía– y no tiene barba”… y me miró fijamente a los ojos, y me dijo: “tu eres Comendador, el más feo de toda tu familia, el que tenía una tienda de bragas… te vas a poner más feo todavía, el más feo de todos, y tus padres se reirán de ti, y tu hermana te negará, y tus hijos dirán a gritos por las calles que tú no eres su padre, feo cabrón, dirán que eres una mona, una mona con el culo rojo… solo las monjas son más feas que tú, y más malas…”.
Dejé mi coche aparcado y salí huyendo de la voz de la lunática, que subiéndose sus bragas ya estaba enzarzada con una beata que acababa de salir de la iglesia… “¿Cómo te lo hacen ahí, vieja; da gusto?…”.
Y al llegar a la imprenta tenía un paquete de Dulcimer Songs con el disco [¡¡¡por fin!!!] de Jesús Márquez, en el que colaboro como letrista. Es una edición de EMI y “El pescador de estrellas” dirigida y realizada por el coleguita Paco Ortega. El diseño es rechulo y el disco me parece redondito del todo, una pasada. Le deseo toda la suerte del mundo a Jesús. Yo, por mi parte, lo recomendaré a todos mis colegas, pues creo que el trabajo duro que se ha hecho con esta edición merece mucho la pena.
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Cuando estuve en Tanzania no vi a nadie con salacot, ni con sahariana, ni con bombachos, ni con botas negras altas, ni siquiera con rifles de mira telescópica… pero me fascinó de la misma forma que me fascinaron las historias de Rider Haggard en las que Allan Quatermain y Umslopogaas [en mis libros de niño lo llamaban Umpomba] recorrieron los mismos territorios que yo pude pisar [la parodia cinematográfica –el cine siempre es paródico con las novelas buenas y los personajes míticos– que más recuerdo es la protagonizada por el gran Cedric Hardwicke].
Hoy he vuelto a recordar mi viaje al nordeste africano gracias a que he recuperado varios dibujos que hice allí con mis ceras, unos dibujos llenos de contrastes y colores vivos. A mi memoria han vuelto Tasiana [la criada nativa que nos hacía las comidas y nos arreglaba la casa/cabaña], Alí [el guarda de noche que vigiliba nuestro asentamiento y nuestros vehículos], Kimberlee [el médico de Longuido], el hoteli de Gorfan [dirigido por una auténtica belleza etíope], el negro albino de El Río de los Mosquitos, con sus gafas de sol y su aura de ser endiablado; la escuela bajo el enorme tronco seco de acacia espinosa, el Club Inglés de Arusha, la leche ácida de cebú, el walli rosti con carne de vaca vieja, la sonrisa del gobernador de Karatu y la rara inteligencia del jefe de zona de esa provincia [una suerte de Presidente de Diputación], los hermosos pareos de colores vivísimos que marcaban los cuerpos de las mujeres tanzanas, las cebollas de Mangola Chini, las sambusas picantes y los dulces donetis, los masaai como bellos narcisos reinando en la sabana del parque Ngoro-Ngoro, los tatooga con sus túnicas negras de ceremonia y sus lanzas terribles, el chacal solitario del lago Maniara que nos siguió toda una tarde, el mar de stromatolitos en la ribera del lago Eyasi, las bombas volcánicas sembrando los caminos cenicientos, los baobabs en flor, los dk-dk saltando al paso de nuestros vehículos, las jirafas, los babuinos, los avestruces, la araña blanca gigante que me puso los pelos de punta, la letrina seca de la casa del valle, el viento que anunciaba lluvia y que era como un canto, los ancianos contando sus historias al amor de una hoguera, Carlitos [el agregado del Ministro de Deportes tanzano, que hablaba un español peculiar que aprendió en cuba], el índigo en las escuelas [todos los críos vestían ese color], el majestuoso Monte Meru con sus dos bocas volcánicas, la falla del Riff separando la tierra roja de la cenicienta, los árboles botella, el puticlub de Mangola con olor a fritangas, a cucu y a huevos recién hechos; los gritos constantes de los niños haciendo nube a mi alrededor y gritando: “Mzungu, zucari”… y esta huella imborrable de hombres con el día por hacer, con el agua por conseguir, con la comida incierta cada una de sus jornadas. Creo que necesito otros diez años para procesar aquel viaje mejor y escribir algo bellísimo… o mejor volver, volver ya y no regresar jamás.
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