Este otoño es un pequeño invierno, precoz y vacilante… y sobre mí descienden los últimos rebaños desde las tierras altas con su acopio de hierba mientras las piñas estallan en la hoguera.
Me siento recogido en mis paredes, que han sido franqueadas por un aliento dulce y femenino que me deja dispuesto y esparcido.
Mientras las velas juegan con las sombras, me recuerdo nadando junto a un cuerpo divino y sin peaje, tocando la ocarina en el justo perfil de una mañana o mordiendo el azúcar de una carne latiendo.
Sestean ya los mirtos en los caminos mojados.
Te encanta regodearte en tu leyenda, viejo F, pasar la mano sobre tus retratos y luego llevarla hasta el centro que conjuga los muslos… te encanta verte como una carpa dorada nadando entre los muelles de aquel colchón gastado de la pensión antigua en la que pasaste tus años de estudiante… y saber que es cada vez más tarde y tus ojos aún no pierden su brillo ni sus lanzas.
Oscurece, viejo, pero tú persistes en la antorcha como buscando un cuerpo.
Este otoño que enrojece los nudillos sabe mucho de sauces y de ropa mojada… y también de los naipes que se rifan en los vientres sedosos entre lamentos y suspiros. Este otoño tiene cadencia de telégrafo buscando los contornos de cada mediodía entre la niebla.
¿Recuerdas los dondiegos de noche, viejo, o aquel contar drosophilas y pisum sativum [arvejas o guisantes] sobre las largas mesas de los laboratorios? Entonces creías en el futuro, hasta que leíste a Valéry y aprendiste que el futuro ya no es lo que era. Entonces la lengua de fuego aún no te había lamido e ignorar era tan dulce… te quedabas absorto ante el mármol y el silbido del aire jugando entre las tejas viejas.
Este otoño de rumbo extraviado huele a cuerpo en crepúsculo y a pespunte en los pantalones detrás de los visillos.
•••
Vino Pepín y me alegró un poco el día con su gesto inefable, con un chiste perfectamente dramatizado y con ese hermoso ánimo que sabe darme siempre en el trabajo [un tipo especial este Pepín].
No comments:
Post a Comment