Saturday, November 1, 2008

Había que reponer vestuario...


Había que reponer vestuario de urgencia y monté expedición a tierra helmántica con mis tarjetas de crédito afiladas ante el entusiasmo consumista y frenético de los míos. Me olvidé de la crisis cabrona por unas horas y de que este mes tampoco he podido pillar mis honorarios… y abrí el cuerno de la abundancia en el ambiente más jálogüin que yo haya visto nunca en la capital salmantina [la invasión yankee es un hecho consumado]. El primer golpe de realidad me lo di sin querer en el jodido plateresco de la plaza lanzarota… había feria del libro viejo y yo no podía disponer ni de un puto céntimo para darme el gustazo de pillar ejemplares golosos de ediciones antiguas… miré el montón de libros con hambre, y me quedé con unas ganas que aún no me han salido del vértigo del centro y se han hecho pequeño enfisema para sumarse al que se está trabajando el tabaco en mis pulmones.


Pasé el mal trago como pude [me costó no cambiar mi iniciativa de compra de vestuario por el de adquisición de libros] y me tiré a ese mar ajeno de maniquíes y ropa que probarse, de luces chispeando su dotación hipnótica.


Mientras caían horas de jerseys y camisas, de abrigos y zapatos, de cazadoras raras y calcetines en oferta… yo me iba engolfando en las brujas secciones de ropa interior femenina [con el fin, no lo niego, de acortar mi calvario imaginando cuerpos tocados con esas gasas y esas transparencias que llevan a lo mojado].


Me gasté el nisesabe y el loquenotengo para acabar rimando unos horrorosos CBO en McDonal’s cargado de bolsones y de una pesadez especial en las piernas.


Yo me compré unas botas [que las necesitaba], y lo hice buscando cierto arte en mis pies, intentando florearlos con toques de color tan fuera de mi edad que consigan hacerme una cosita jápenin según camino el tedio. Me las compré marrones con los cordones y los remates rojos, sin tacón y con una cremallera enorme cruzándoles el lomo interior… de puta madre mis botas.
De regreso, la niebla.













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RECREAR A LA MUSA

Restituir la arena de tus costas requiere la sordidez del corcho que flota sobre las marejadas e insinúa un futuro de árboles y cierta agilidad de prados verdes.
Tomarte así es una fiebre, porque te ves velada, y el cortejo de hacerte en cada curva es casi como crear el mundo amparado en el fermento de la siesta.
Me gusta repetirte con el rumor de tus frutos caídos, con el primor del huerto y el azar de la hoguera… repetirte la nuca amortiguando el cuerpo, repetirte los hombros recortando demoras, repetirte esas hondas axilas refulgentes de fugas, repetirte los pechos como discretas médulas y el frutal agasajo de los pezones ciertos, repetirte de caquis el vientre o de plátanos verdes, repetirte la orilla del pubis como un balcón con hiedra, repetirte el teatro del sexo con su olor a disparo y su blando proscenio, repetirte las nalgas como un aquelarre de asombro, repetirte los muslos apretando los dedos con la lógica de las columnas, repetirte los pies como un humo de alfiles, repetirte la boca, repetirte los ojos, repetirte el cabello con sabor de ventana… y luego encender el incienso… y soplarlo… y soplarte… y poner mi bandera.
De fosa a musa.
Y al hacerte de nuevo, idear el paisaje, los caminos, el páramo, el cielo… y pintarte unas nubes de grama y una lluvia de hilos de fresno y un gentío de Brueghel al fondo y una isla con barcos y eneldos… y una luz cenital que apagada sume piel sobre piel, ponga sexo en el sexo, guarde el mar de salivas… y un cerezo.


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Es fácil decir ‘te quiero’ cuando quien lo recibe no puede ya expresar la mentira que contiene, cuando solo se utiliza como gloria en palabras de uno mismo hacia los demás para parecer lo que nunca se llegó a ser.
El egoísmo es una isla dañina del pensamiento que suele extenderse a los demás.
Hace ya demasiado tiempo que nadie me engaña.
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Ya no sé si creer que hay un dios en la espuma del límite o todo es una nada sumergida en las venas, pero me he comprado unas botas para seguir caminando, unas botas con cierta garantía de pasos por dar, o de patadas por soltar, que aún no lo sé bien. Tampoco sé si al necio que lo tiene todo, y solo sabe de quejas, el tiempo acabará dándole su merecido y tendrá esa miseria que merece antes de ser dañino humus. Y no me importa demasiado, porque hay dunas aún donde poner las huellas y árboles sagrados que podar con las manos.
Aún queda abrir el lado resbaladizo de la extranjera y buscarle la fuente, codiciar una erosión de pétalos, ser la lumbre de un pecho, regresar hasta donde los tendones se rinden, fulgir en un encuentro, doblar algún invierno entre las mantas templadas, lamerte las heridas mientras buscas el numen, sentir el auxilio de unas manos ajenas o pedir un disparo certero.
Aún queda una fecundación entre los tréboles, un cobijo para el semen espeso entre las prímulas, un nombre nuevo para la hierba alta, un palco para mirar la vida desde lo sobrehumano y ver que los boletus escalan al aliento de las primeras lluvias.
Soy hombre y dejo un rastro de carne hecha, un aliento acre y el polen impreciso que brota desde el fuego. Soy hombre porque aprendí a apretar la mano y sé que hay un omóplato haciendo orografía de mi espalda. Soy hombre porque aprendí a decir adiós para volver al círculo con un leve zarpazo, porque superé un luto y me sentí vencido una noche de sombras. Soy hombre porque contengo el miedo y lo doy y lo tomo para estar dividido. Soy hombre porque fui un joven tallo y una mañana fría me desperté del sueño.
Ahora, con el tiempo colgado de mis hombros, apenas soy capaz de sentir la certeza de que he estado en el mundo.

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