Tuesday, November 11, 2008

Paraíso ahora.

“Tu cabeza está llena de bicicletas blancas,
tu corazón un tren desbocado y oscuro.
Por tus venas galopan caballos alarmados.
Amas el sol y el riesgo, el fuego y el futuro.

Islas hay en el tiempo donde vivir querrías
y pueblos donde son las tareas comunes…
En la escuela se aprende a manejar cometas
y a vivir que es lo mismo lo mío que lo tuyo.

Y sales a la calle y la ciudad te niega,
y dos y dos son cuatro y mañana hace frío
y hay una chimenea debajo de tu cama
y alguien dictando normas dentro de tu bolsillo.

Y en la pared escribes tu granada de sueños,
tu estallido de nuevos horizontes auroras.
Y tu imaginación contra la gris costumbre
pide la vida es nuestra, paraíso ahora.”



Comencé a escribir poesía con desazón cuando leí el poema “Duérmaste madre”, de José Luis Majada, y escuché la canción “Paraíso ahora”, de Pablito Guerrero, que pone hoy cabecera a esta entrada.

De aquel amar intenso y doloroso de José Luis y del estallido de imágenes hermosísimas de Pablito se me vino como un vómito de palabras a la boca y una necesidad urgente de expresar cada vello erizado, cada dolor levísimo, cada espasmo de amor, cada éxtasis o cada lágrima.
Y hoy estoy como envuelto por un velo de gasa, cansado como un bailarín lánguido que floreció en un tango, levemente deshecho y pálido como una muertecita… pero me queda el rastro del poema, el indicio haciendo presa en mi estómago de herbívoro, la lasciva flor de un verso que aún no se ha marchitado, el mirlo que picotea las palabras buscándoles un jugo indescifrable, el grillo que no sabe de espantos y canta en su cricrí a Leopardi, la lluvia con sus muelles de rimas asonantes, Selene entre las nubes persistiendo en su lumbre hasta mis ojos.
Me queda la poesía… o ser el jardinero.
•••
A media tarde le levanté la falda a un poema. Llevaba sus braguitas desorientadas del color rojo de la compostura y unas puntillitas de eternidad en los bordes. Confieso que al primer intento salió huyendo de mí, pero me esperó un poquito haciendo mohínes y se dejó hacer luego.
Yo lo interioricé igual que se interioriza a los muertos, lo sentí catástrofe y cartílago y hasta llegué a encontrarle obstáculos como buscando una calma desde la que partir… y comenzó el baile mientras se atormentaban los versos bajo aquella falda:

Incrusta lo que muerde y usa el verbo chupar como una entrega, detente en las costuras de la blusa y presiente al arcángel brotando y entregándose desde ese diccionario de la piel, apresa lo que sea capaz de dislocarse, demúdate…

Las sillas que entumecen guardan tu persuasión y todo es inestable porque hay vida.

En lo espeso se encharcan los fluidos como meandros cerrados

No conozco un sepulcro mejor que el que tu cuerpo esconde.

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