Saturday, November 8, 2008

Este rocío de pensarte.


Me turban tus palabras como me turbas tú… y quisiera alcanzarte en el bostezo con los alfileres de la lengua cuando te ves rendida, y verte vacilar con ese estrépito callado de los árboles en los días de viento.
Triunfar en ti sin que sea superfluo el laurel de tenerte y que en el sotobosque de tus piernas crezca un murmullo a fiebre y una bruma de sangre bombeada.

Oigo las voces ágiles de los que no te piensan y sonrío por su absurda inconsciencia de acequia dirigida a no se sabe dónde. Su murmullo me anima a ser regato o río desde el silencio inmóvil de verte junco o pájaro bebiéndome.

Me turba que no existas sino en este rocío de pensarte, que seas en la siesta en la que me fermento, que estés donde no hay nada, que te esponjes entre la hoguera de mis canas cuando duermo despierto.

Te hice ya hace años con olor a cocina en esta frente mía donde el verdín florece, te hice a gajos, nublada, como el perfil del monte que enmarca mis otoños; te hice llena de signos en tu criptografía y te puse en los ojos todo lo no mirado.

Me turba que aún seas el descampado donde poder sembrar, que no estés hecha y refuljas en mí mientras perfumo de tabaco la estancia para verte en el humo crecer desde mi boca y huir hasta mis cosas.
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Llevo toda la tarde enganchado a Regina Spektor [gracias, Urah, por regalarme esta joya] y la cabeza se me llena de sensaciones magníficas que me están dejando exhausto. Habré escuchado como treinta veces “Après Moi” y he temblado cada vez con más fuerza. ¡Qué bestial golpe de sensibilidad!
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No dudes de mí, porque soy el puente hecho de dedos, porque soy el que abre la puerta antes del resplandor y quien consigue que el marfil se haga templo de carne.
Mira detrás de la bruma y me encontrarás luchando entre los lirios para hacerte brotar como los tallos nuevos. Mira… y verás la resina que arde para sellar tu boca y dejarla acotada en un estribillo de gestos nuevos.
Se empañan los cristales y el mundo es la tiniebla que hay afuera entre la lluvia suave que no cede.
No dudes de mí, porque soy el magnesio que habrá de darle luz a tu contorno, la piel que ha de rozarse con la tuya, el peso justo que ha de llevarte al cero, el viento…
Amaina el temporal y la tarde te esculpe eterna en mis pestañas.

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