Ayer llegó mi novia Leticia desde Málaga y vino a verme hasta mi estudio nada más que pudo y sus padres se lo permitieron [me consta que estuvo presionando toda la tarde para hacerlo… que es un bichín]… está relinda, con cuatro trencitas casirrastas, un collarón largo sobre un polo ajustadito en color pastel [que le quedaba divino a su cara] y tejanitos de pesca… la noté tensa y nerviosilla, como con ganonas de decirme mil cosas… pero sin poder hacerlo [yo sentía su emoción como un florecer divino y explosivo]… en cuanto nos vimos en la placita de la Piedad, los dos corrimos a abrazarnos como en los anuncios de perfumes… y la achuché y besé con fuerza sus mejillas claras y limpias… y ella me miraba con esa mirada nítida y hermosa de los ojos clarividentes, mientras yo hablaba con sus padres. Me dijo que se iba a cenar con Nena y con Antonio, pero que mañana [hoy] comeríamos juntos y me daría una sorpresa que me ha traído desde la cuna de Picasso. Y yo la quiero un montón, porque es mi novia guapa, y me vuelven loco sus trencitas y ese cerrar de ojos tan pistacho que me lanza cuando habla, y me encanta que me quiera y que desee estar conmigo después de tanta ausencia... y hablarme para contarme sus cosas secretas... y mirarme para fijar la imagen de este viejito raro de provincias que un día de verano [un 15 de agosto, lo recuerdo perfectamente] se quedó absolutamente prendado de esa calidad de ángel que ella siempre lleva puesta.
Hoy comeremos juntos, ya digo, mi novia Leticia y yo… y quizás le haga una trastada.
He aquí el hermoso regalo que me ha traído de Málaga mi novia Leticia... ¿a que es chuli?
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Me encantan para las mujeres los nombres de países, ciudades o de accidentes geográficos [como África, América, Océano, Volcán, Bilbao... no sé por qué...] como los que se relacionan con asuntos volátiles... Alma, Libertad o Amor... siempre que coincido con alguna mujer que lleva un nombre en esa línea, enseguida decido que ya me cae bien. En “On the road” aparece una mujer joven y totalmente ebria que lleva por nombre Venezuela
[“...También allí atronaba el mambo desde un altavoz. Parecía que el mundo entero se había vuelto loco. Venezuela se me colgó del cuello y pidió de beber. El camarero no quería servirle más. Ella suplicó y suplicó y cuando al fin tuvo delante una copa, la derramó y esta vez involuntariamente, como pude comprobar por la angustiada expresión de sus ojos que miraban perdidos.
—Tranquilízate, guapa —le dije. Tuve que sostenerla para que no se cayese del taburete. Perdía el equilibrio todo el tiempo. Nunca había visto a una mujer tan borracha; y sólo tenía dieciocho años. Conseguí que le sirvieran otra copa; me estaba tirando de los pantalones para que lo hiciera. Se la tragó de golpe. No tenía valor para llevármela a uno de los cubículos. La tía con quien me había acostado tenía treinta años y sabía cuidar de sí misma. Con Venezuela retorciéndose y lamentándose entre mis brazos tenía muchas ganas de desnudarla y hablar, sólo hablar con ella... o eso me decía a mí mismo...”].
—Tranquilízate, guapa —le dije. Tuve que sostenerla para que no se cayese del taburete. Perdía el equilibrio todo el tiempo. Nunca había visto a una mujer tan borracha; y sólo tenía dieciocho años. Conseguí que le sirvieran otra copa; me estaba tirando de los pantalones para que lo hiciera. Se la tragó de golpe. No tenía valor para llevármela a uno de los cubículos. La tía con quien me había acostado tenía treinta años y sabía cuidar de sí misma. Con Venezuela retorciéndose y lamentándose entre mis brazos tenía muchas ganas de desnudarla y hablar, sólo hablar con ella... o eso me decía a mí mismo...”].
Justo cuando leí ese nombre, dejé inmediatamente a Jack y me puse a imaginar a Venezuela con todo tipo de detalles... su mirada, la caída en manantial de su pelo leonado, el blando movimiento de sus mejillas al hablarme, su boca de mantel recién tendido al oreo del día, los hombros como estatuas distintas, los pechos bajo la sombra leve de una blusa fogosa, el vientre receptor de lo que quepa, el sexo como un nudo que desatar, los muslos atoboganados y lascivos, las rodillas menudas, los pies desnudos... Venezuela creció de pronto en el interior de mis pupilas y se movía como una chica de garito nocturno, y miraba como una gata gris o atigrada, y me envidaba un gesto que no quise aceptar por no quemar la imagen en su primer zarpazo. Quizás era una de esas chicas que un día huyeron de la casa de sus padres y se hicieron en una vida difícil y apurada, andando un día entre marineros y, al siguiente, entre latinos jóvenes con la nariz embadurnada de coca y restas... Venezuela solo podría pertenecer a un mundo ángelico, renacida del lumpen, con sus ritos y sus guiños tahúres, pero con un alma limpia y un corazón puro.
Ya aquí, hecha a mi antojo y a su suerte, hablamos de sexo hasta el amanecer, con la franqueza de los amigos netos, esos que alguna vez se corrieron juntos en un coche con alguna muchacha ávida de tomar aquella leche virgen entre sus manos... me dijo que hay un tren que siempre nos perdemos los varones, un tren hecho de gestos y palabras que lleva en su trazado gritos nítidos de placer y sinuosas sensaciones del laberinto más caliente de la Tierra... me explicó que a una mujer tranquila se la toma por los ojos y por el oído... que a una bella se la vence por la indiferencia y el dolor... que a una con ojos claros se la derrota con la mirada directa al centro de sus pupilas... que a una recatada hay que mirarle con deseo a los pechos y que te sorprenda resbalando tus ojos por ellos... y que a una mujer experimentada simplemente hay que decirle lo quieres que te haga y lo que deseas hecerle... y yo le hablé de Giorgio y de la mujer de Gorfan, de las horas Ciorán y de cada uno de mis días castrados.
Venezuela me escuchó atentamente mientras agotaba su copa de ginebra mezclada con alguna otra bebida irreconocible... cuando acabé mi charla, me miró con dulzura a los ojos, y me dijo: “cuídate de las mujeres deshechas, siempre te buscarán el daño desde sus sexos secos y tercos... huye de ellas o acabarán con tu sonrisa”... me besó en la mejilla con una suavidad que nunca había sentido en mi piel, me miró fijamente y desapareció.
Ahora fumo.
Ya aquí, hecha a mi antojo y a su suerte, hablamos de sexo hasta el amanecer, con la franqueza de los amigos netos, esos que alguna vez se corrieron juntos en un coche con alguna muchacha ávida de tomar aquella leche virgen entre sus manos... me dijo que hay un tren que siempre nos perdemos los varones, un tren hecho de gestos y palabras que lleva en su trazado gritos nítidos de placer y sinuosas sensaciones del laberinto más caliente de la Tierra... me explicó que a una mujer tranquila se la toma por los ojos y por el oído... que a una bella se la vence por la indiferencia y el dolor... que a una con ojos claros se la derrota con la mirada directa al centro de sus pupilas... que a una recatada hay que mirarle con deseo a los pechos y que te sorprenda resbalando tus ojos por ellos... y que a una mujer experimentada simplemente hay que decirle lo quieres que te haga y lo que deseas hecerle... y yo le hablé de Giorgio y de la mujer de Gorfan, de las horas Ciorán y de cada uno de mis días castrados.
Venezuela me escuchó atentamente mientras agotaba su copa de ginebra mezclada con alguna otra bebida irreconocible... cuando acabé mi charla, me miró con dulzura a los ojos, y me dijo: “cuídate de las mujeres deshechas, siempre te buscarán el daño desde sus sexos secos y tercos... huye de ellas o acabarán con tu sonrisa”... me besó en la mejilla con una suavidad que nunca había sentido en mi piel, me miró fijamente y desapareció.
Ahora fumo.
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