“¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.”.
Así empieza ‘Rayuela’ y así debiera terminar, y es por eso que escogí hace ya muchos años la poesía como forma de expresión mejor y sigo empeñado en ello.
Hace unas semanas me propuse volver a leer poco a poco todos los libros que me marcaron en mis diferentes épocas –me refiero a novelas, ese género que había abandonado por entenderlo raso y cocoliso–, y me lo propuse porque tengo necesidad urgente de recuperar algunas épocas de mi vida que han quedado difusas y para las que no encuentro razones aplicables a los actos que perpetré entonces y a las locas decisiones que tomé... leo como buscándome el rastro... y me voy convenciendo de nuevo, y con más fuerza, de que la novela –la narrativa– no me interesa nada de nada. Comienzo mis lecturas con muchas ganas y a los cuarenta minutos de concentración ya me sorprendo buscando la frase brillante o el pequeño texto que compendie poéticamente todo el jodido sobrante de papel. Es un gasto inútil de letras... lo mejor, sin dudarlo, es jugar al hallazgo y disfrutarlo como un crío chico en la madrugada de un día de Reyes.
Sí, ahora recuerdo que yo estuve enamorado de la Maga y le intentaba las caras de las chicas que me gustaban por entonces, algo así como la prueba de sombreros que hace Buster frente a un espejo en uno de los pasajes cinematográficos más felices que han visto mis ojos... la diferencia fue que nunca acabé de encontrar la cara a esa Maga ideal mientras que Buster encontró su sombrero para siempre.
Me fascina esa imagen del ‘encuentro casual’, lleno de tal potencia poética, que me anonada leerlo... quizás sea esa idea la que haya que poner en una vida para que resulte practicable y fructífera.
Lo mejor de todo es que vuelvo a tener aquella hermosa sensación de viajar sin salir de mi estudio, vuelvo a tener esa condición de rosa de los vientos en mi mano y vuelvo a sentir el calor como alguna escena de Faulkner, el frío como un pensamiento fino y bien bordado de Dostoievski, el blando sexo como una fortuna Nabokov o cierta subrealidad Carrol... y la noche, medio arañada por Buck.
No es malo el ejercicio en el que me he metido, aunque es tedioso y necesita zapa y ganas, pero presiento resultados que ya van asomando en el cambio de tono y calidad de mi diario [llevaba una temporada limitado por cierta mordaza territorial y tenía una mala sensación de estar escribiendo para otros en vez de para mí mismo, lo que arrojaba los resultados nefastos de los últimos meses].
Así que seguiré desempolvando mis viejos libros icono, buscándolos entre la múltiple miseria de libritos malos que se han ido acumulando con el tiempo para ocultarlos a mi vista en las enormes cajas en las que reposan desde el nisesabe.
Llovía a raudales y la mujer se refugió bajo los soportales de la plaza... yo la miraba desde la lluvia como un capibara limpiándose del último baño de barro en la charca... al verme sonrió y me llamó loco... “ven a refugiarte, que te estás calando”... yo le hice un gesto de negación con la mano y también le sonreí mientras el agua me bautizaba como el último hombre nuevo de la tarde... tenía los ojos achinados y era realmente hermosa en su refugio... yo la guardé en mis ojos para luego y seguí desbarrándome en el rito de la lluvia.
Algunos hombres buscan serenidad y solo encuentran espinos... pero no importa.
Hace unas semanas me propuse volver a leer poco a poco todos los libros que me marcaron en mis diferentes épocas –me refiero a novelas, ese género que había abandonado por entenderlo raso y cocoliso–, y me lo propuse porque tengo necesidad urgente de recuperar algunas épocas de mi vida que han quedado difusas y para las que no encuentro razones aplicables a los actos que perpetré entonces y a las locas decisiones que tomé... leo como buscándome el rastro... y me voy convenciendo de nuevo, y con más fuerza, de que la novela –la narrativa– no me interesa nada de nada. Comienzo mis lecturas con muchas ganas y a los cuarenta minutos de concentración ya me sorprendo buscando la frase brillante o el pequeño texto que compendie poéticamente todo el jodido sobrante de papel. Es un gasto inútil de letras... lo mejor, sin dudarlo, es jugar al hallazgo y disfrutarlo como un crío chico en la madrugada de un día de Reyes.
Sí, ahora recuerdo que yo estuve enamorado de la Maga y le intentaba las caras de las chicas que me gustaban por entonces, algo así como la prueba de sombreros que hace Buster frente a un espejo en uno de los pasajes cinematográficos más felices que han visto mis ojos... la diferencia fue que nunca acabé de encontrar la cara a esa Maga ideal mientras que Buster encontró su sombrero para siempre.
Me fascina esa imagen del ‘encuentro casual’, lleno de tal potencia poética, que me anonada leerlo... quizás sea esa idea la que haya que poner en una vida para que resulte practicable y fructífera.
Lo mejor de todo es que vuelvo a tener aquella hermosa sensación de viajar sin salir de mi estudio, vuelvo a tener esa condición de rosa de los vientos en mi mano y vuelvo a sentir el calor como alguna escena de Faulkner, el frío como un pensamiento fino y bien bordado de Dostoievski, el blando sexo como una fortuna Nabokov o cierta subrealidad Carrol... y la noche, medio arañada por Buck.
No es malo el ejercicio en el que me he metido, aunque es tedioso y necesita zapa y ganas, pero presiento resultados que ya van asomando en el cambio de tono y calidad de mi diario [llevaba una temporada limitado por cierta mordaza territorial y tenía una mala sensación de estar escribiendo para otros en vez de para mí mismo, lo que arrojaba los resultados nefastos de los últimos meses].
Así que seguiré desempolvando mis viejos libros icono, buscándolos entre la múltiple miseria de libritos malos que se han ido acumulando con el tiempo para ocultarlos a mi vista en las enormes cajas en las que reposan desde el nisesabe.
Llovía a raudales y la mujer se refugió bajo los soportales de la plaza... yo la miraba desde la lluvia como un capibara limpiándose del último baño de barro en la charca... al verme sonrió y me llamó loco... “ven a refugiarte, que te estás calando”... yo le hice un gesto de negación con la mano y también le sonreí mientras el agua me bautizaba como el último hombre nuevo de la tarde... tenía los ojos achinados y era realmente hermosa en su refugio... yo la guardé en mis ojos para luego y seguí desbarrándome en el rito de la lluvia.
Algunos hombres buscan serenidad y solo encuentran espinos... pero no importa.
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