Wednesday, July 15, 2009

Aquella saeta civil y profana...



Ya pillara yo una paresia como la que tenía el padre de Dale, el amigo de Jack, para hacer lo que me viniese en gana y ampararme en la enfermedad como asunto insoslayable [aunque cecease, coño]... pero no la tengo y debo conformarme con hacer el ganso y que todos sepan que verdaderamente soy un ganso.
El caso es que tuve una mañana movidita dándole final a la maquetación del librito “La represión franquista en Béjar y su comarca”, movidita y alucinada, pues ir picando una lista de más de cien nombres con apellidos conocidos que fueron masacrados por las bestias fascistas de la Falange [en la que abundaban asesinos de Cantalapiedra y alguno que otro de Béjar], que estaban al caprichoso dictado de los patronos del textil, que eran quienes elaboraban las listas. Entre los asesinados apareció de pronto mi abuelo Felipe y me vine abajo al encontrármelo en la frialdad de una lista de antiguas actas de defunción... Tiene cojones, más de cien muertos en seis meses, en una zona poco poblada, tuvo que suponer un terrible drama para todas esas familias [casi todos dejaron entre cuatro y nueve hijos huérfanos, además de jóvenes viudas marcadas para siempre].
Voy picando y voy poniéndome en la situación de aquella pobre gente [tejedores, carboneros, carpinteros...] mientras sigo el correlato de las andanzas de aquellos hijos de la gran puta que se dedicaron a empujar a los hombres a huir por los tejados, mientras otros hijos de puta los esperaban apostados para abatirlos y verlos caer hasta la calle... cómo alguno fue arrastrado por toda la ciudad, atado al parachoques de un auto, hasta que quedó irreconocible y solo pudo identificarle su familia por la ropa con la que había salido de casa... cómo en los juicios sumarísimos se decidía fusilar en días tan señalados como el de Año Nuevo, para que las familias nunca se olvidaran de aquella fecha para celebrar... muertos por balazos en la sien, por rotura de la base del cráneo, por bestiales palizas propinadas en la “Camara de Tortura” que se ubicaba en lo que ahora es el IES Ramón Olleros Gregorio [habría que poner una placa en ese lugar que recordase cada uno de los gritos que allí se lanzaron al aire de sus mazmorras], por ‘paseos’ nocturnos programados en las furtivas e ilegales ‘sacas de la cárcel’... y no se cuentan en el librito –por no considerarse asesinatos– los múltiples suicidios que sucedieron durante aquellos meses [tanto tirándose al paso del tren como por ahorcamiento], ni la ingente cantidad de presos que murieron en la cárcel por alguna supuesta enfermedad, ni ese montón de “varones sin identificar” que figuran en las listas de cada uno de los ayuntamientos de los pueblecillos de la comarca de Béjar.
Debió ser terrible estar sometido a aquella tensión asesina, saber que figurabas en alguna de las listas que corrían de mano en mano entre los falangistas y que tu momento podía estar señalado en el minuto siguiente, y estar como despidiéndote con la mirada de tu esposa y de tus hijos.
El día uno de agosto estoy invitado a participar con unas palabras en el acto homenaje a todos los masacrados por la represión fascista, que se realizará levantando un monolito en su memoria, y estoy dándole vueltas a lo que debo decir, a cómo debo expresarme... el cuerpo me pide dureza y gritos, una dureza y unos gritos que le debo fundamentalmente a mi madre, a mi tía Antonia y a mi abuela... unos gritos que consigan hacerse oír por los huesos blanqueados de mi pobre abuelo asesinado vilmente por esa pandilla de sádicos sicarios de los patronos del textil... pero a lo mejor debo medir y hacer un discurso calmado y tenso, un tramado de la añoranza con el que hacer entender que el humanismo siempre debe quedar por encima del instinto... aunque sé que a mi abuela Antonia le hubiera encantado oírme gritar aquella saeta suya tan civil y profana que decía... “asesinos, cabrones, hijos de puta, maricones...” hasta que se le iba apagando la voz y corría hasta su alcoba para darle turno a la dificultad del sueño.



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