“No estábamos enamorados, hacíamos el amor con un virtuosismo desapegado y crítico, pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo. La Maga acababa por levantarse y daba inútiles vueltas por la pieza. Más de una vez la vi admirar su cuerpo en el espejo, tomarse los senos con las manos como las estatuillas sirias y pasarse los ojos por la piel en una lenta caricia. Nunca pude resistir al deseo de llamarla a mi lado, sentirla caer poco a poco sobre mí, desdoblarse otra vez después de haber estado por un momento tan sola y tan enamorada frente a la eternidad de su cuerpo.”.
No has estado atento otra vez, ¿ves? Hay algo en el pasado que siempre debe recordarse o llevarlo encima como una medallita de la Virgen local o esas pulseras necias que lucen algunos hombres en las muñecas. Tú tenías que haber recordado cada día de tu vida que habías leído a Cortázar y que habías sentido a Cortázar... pero ahora... ¿qué vas a hacer ahora?... descubres en cada frase leída que llevas años y años escribiendo ideas y desprendimientos de Cortázar... y que lo haces peor, mucho peor de lo que lo hizo el tipo antes de morirse un día de todos los demonios, no se sabe si por la sangre prestada de un enfermo de inmunodeficiencia adquirida o por la leucemia que anotaron entonces los periódicos.
No no estar atento es un fracaso grande, un fracaso que me va a obligar a revisar todos mis textos y a sonrojarme mientras los estrujo entre mis manos... o no, tal vez no debiera hacer eso, pues lo escrito es vida propia, aunque de forma inconsciente hayan aflorado, sobre todo en los últimos dos años de escritura, imágenes magníficas que llegué a creer mías hasta hoy mismo. En fin, que ahora mismo parezco un fracasado y se me agolpan las ideas como balazos en la sien.
Recuerdo que la fiebre globulosa y húmeda que me vino cuando empecé “Dientes de leche” ya me pareció extraña, que aquella necesidad –ahora necedad– de escribir en un tono tan lúbrico llevaba una sospecha de algo oculto que no sabía averiguar... pero ahora, leyendo esta maravilla, sé a ciencia cierta que lo que he escrito lo aprendí algún día de mis diecisiete o dieciocho años por auténtico impacto de este genio en mi mente.
Lo mismo me equivoco... y cuando comience a leerme, termine encontrando diferencias de base que me calmen, pero ahora mismo tiemblo como un niño asustado
En fin, pañuelos...
Sentirla es como el látigo o un tramo de escalera en el que hay sombra y besos... sentirla es como despeinarse una tarde de viento y esperar una lluvia que no llega... sentirla es como una anatomía de la sed o unas ganas incontenibles de orinar y no hacerlo... sentirla es como entrar en el agua y sentir ese frío inmediato en todo el cuerpo... y luego mirar cómo meriendan los muchachos mortadela con pan frente a sus bicicletas o cómo el Sol se pone tras esas nubes fijas en la Peña de Francia... y sentir un algo satinado adentro, un resbalar y un irse sin querer, flotando, a ese otro mundo suyo que no existe.
Hoy miraba a unos ojos ajenos en el café de arriba y sentí que sabían algo de todo esto... pero también supuse que aún no lo entendían como ahora yo lo entiendo.
Los ojos son extraños y cuentan más que ocultan... tendré que hacer un pacto con los míos para que me hablen claro cuando me encuentre lúcido.
Luego, trabajé... vaya coñazo.
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