"...Corrían calle abajo juntos, entendiéndolo todo del modo en que lo hacían aquellos primeros días, y que más tarde sería más triste y perceptivo y tenue. Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un «¡Ahhh!». ¿Cómo se llamaban estos jóvenes en la Alemania de Goethe?..."
Jack Kerouac ["En la carretera"]
Los rostros que se borran van quitándole hierro a las facturas... ayer se fue Javier, un tipo al que saludaba cuando nos cruzábamos por la calle, sin más... y hace un par de días falleció Iñaki, con el que crucé a veces algunas palabras sin más intención que el dar señales de que éramos presentes y nos reconocíamos por la mirada.
Ya son demasiados muertos conocidos, y eso me hace pensar en que no es tanto esto de la vida superficial y sus cosas... no importa nada si te detienes en todos esos rostros perdidos e intentas darles la forma de los gestos que tenían, si procesas la sensación de final que pende siempre sobre cada sonrisa... pero el mundo sigue con sus hordas de imbéciles empeñados en evitar el brillo, los destellos... empecinados en doblar cualquier voluntad libre, cualquier hálito de sueños para ser realizados. Es triste.
Cuando me desperté y fui hasta la cocina, encontré una nota de mi hija sobre el platito del desayuno en la que dejaba señales de la muerte reciente... “Anoche, cuando llegué, no quise despertarte para no asustarte. Murió el padre de...”. Busqué rápidamente el rostro del paisano en mi cabeza, y lo encontré enseguida, con sus gafas miopes, con su gesto siempre amable, con esa sonrisa entera que me lanzaba cuando nos cruzábamos por Las Olivillas.
¿Qué hacer si la muerte llega?
Yo suelo quedarme quieto unos segundos a pensarla, y luego pienso en mí, en el tiempo perdido en ser de este sistema que no quiero, en todo lo que me queda por hacer y por hacerme para verme completo, en estas jodidas ganas de huir a un lugar donde todo sea simple, tan simple como la muerte.
Hoy tomé mi leche chocolateada como sin ganas, como queriendo tirarme a la calle para no volver a ningún sitio, para dejarme llevar y dejar de ser la sombra que soy y empezar a encontrar al hombre que quiero ser.
Ya sé que es imposible la huida, que los nudos apenas dejan entrar el aire en los pulmones para la justa respiración que oxigena mis glóbulos rojos, que debo estar aquí y así hasta saldar todas y cada una de mis deudas [no solo las de moneda y timbre, que son las que menos me importan].
Ya en la calle, paseando despacito, fui repasando mi lista de asuntos pendientes –de verdaderos asuntos pendientes– y colegí que ni en cuatro vidas enteras y colmadas podría completarme... pero me animé a seguir, me animé a perseverar en hacer lo que debo hacer... y tomé la decisión de venir hasta aquí, hasta mi estudio, para retomar mi novela y darle el toque final que necesita, para escribir poemas como un herido de muerte, para dibujar con hambre y para buscarle solución rápida a los proyectos solidarios en África y Latinoamérica [que andan en impás por la mierda de mundo en el que estamos]. Sé que si pongo ganas, todo se acelera y fluye; que si trabajo con empeño, mis resultados se multiplican de forma geométrica; que si intento, voy logrando... así que me pongo a trabajar de nuevo como un campeón, a no parar ni un segundo para darle salida a todo lo que pide mi cabeza y a todo lo que late en mi corazón.
Los rostros que se borran me sirven para seguir caminando, para arder mientras aprendo que no hay que mirar atrás más que cuando preciso del recuerdo como multiplicador de lo que quiero hacer.
Que cuando llegue el final me pille haciendo cosas, empeñado, lúcido, capaz, en el camino... eso es lo que entiendo por ‘vida’ cada vez que me roza una muerte.
Ayer conocí a Sara, el bebé de mi sobrino Miguel Ángel y la nietecita de Antonio. Mientras la miraba, una hermosa ráfaga de ternura me recorrió todo el cuerpo y tuve envidia, quise ser yo su padre reciente y atontado. Su rostro aún no está hecho [lo harán las circunstancias y sus usos], y eso me da esperanza para cualquier futuro que se avenga. Su indefensión es bella, porque contiene la necesidad de amarla y protegerla.
Confieso que, mientras procesaba las fotos que le hice, se me saltaron las lágrimas.
Zizi Possi es más de los mismo... me encanta escucharla cuando tengo sueño/sueños.
Los rostros que se borran van quitándole hierro a las facturas... ayer se fue Javier, un tipo al que saludaba cuando nos cruzábamos por la calle, sin más... y hace un par de días falleció Iñaki, con el que crucé a veces algunas palabras sin más intención que el dar señales de que éramos presentes y nos reconocíamos por la mirada.
Ya son demasiados muertos conocidos, y eso me hace pensar en que no es tanto esto de la vida superficial y sus cosas... no importa nada si te detienes en todos esos rostros perdidos e intentas darles la forma de los gestos que tenían, si procesas la sensación de final que pende siempre sobre cada sonrisa... pero el mundo sigue con sus hordas de imbéciles empeñados en evitar el brillo, los destellos... empecinados en doblar cualquier voluntad libre, cualquier hálito de sueños para ser realizados. Es triste.
Cuando me desperté y fui hasta la cocina, encontré una nota de mi hija sobre el platito del desayuno en la que dejaba señales de la muerte reciente... “Anoche, cuando llegué, no quise despertarte para no asustarte. Murió el padre de...”. Busqué rápidamente el rostro del paisano en mi cabeza, y lo encontré enseguida, con sus gafas miopes, con su gesto siempre amable, con esa sonrisa entera que me lanzaba cuando nos cruzábamos por Las Olivillas.
¿Qué hacer si la muerte llega?
Yo suelo quedarme quieto unos segundos a pensarla, y luego pienso en mí, en el tiempo perdido en ser de este sistema que no quiero, en todo lo que me queda por hacer y por hacerme para verme completo, en estas jodidas ganas de huir a un lugar donde todo sea simple, tan simple como la muerte.
Hoy tomé mi leche chocolateada como sin ganas, como queriendo tirarme a la calle para no volver a ningún sitio, para dejarme llevar y dejar de ser la sombra que soy y empezar a encontrar al hombre que quiero ser.
Ya sé que es imposible la huida, que los nudos apenas dejan entrar el aire en los pulmones para la justa respiración que oxigena mis glóbulos rojos, que debo estar aquí y así hasta saldar todas y cada una de mis deudas [no solo las de moneda y timbre, que son las que menos me importan].
Ya en la calle, paseando despacito, fui repasando mi lista de asuntos pendientes –de verdaderos asuntos pendientes– y colegí que ni en cuatro vidas enteras y colmadas podría completarme... pero me animé a seguir, me animé a perseverar en hacer lo que debo hacer... y tomé la decisión de venir hasta aquí, hasta mi estudio, para retomar mi novela y darle el toque final que necesita, para escribir poemas como un herido de muerte, para dibujar con hambre y para buscarle solución rápida a los proyectos solidarios en África y Latinoamérica [que andan en impás por la mierda de mundo en el que estamos]. Sé que si pongo ganas, todo se acelera y fluye; que si trabajo con empeño, mis resultados se multiplican de forma geométrica; que si intento, voy logrando... así que me pongo a trabajar de nuevo como un campeón, a no parar ni un segundo para darle salida a todo lo que pide mi cabeza y a todo lo que late en mi corazón.
Los rostros que se borran me sirven para seguir caminando, para arder mientras aprendo que no hay que mirar atrás más que cuando preciso del recuerdo como multiplicador de lo que quiero hacer.
Que cuando llegue el final me pille haciendo cosas, empeñado, lúcido, capaz, en el camino... eso es lo que entiendo por ‘vida’ cada vez que me roza una muerte.
Ayer conocí a Sara, el bebé de mi sobrino Miguel Ángel y la nietecita de Antonio. Mientras la miraba, una hermosa ráfaga de ternura me recorrió todo el cuerpo y tuve envidia, quise ser yo su padre reciente y atontado. Su rostro aún no está hecho [lo harán las circunstancias y sus usos], y eso me da esperanza para cualquier futuro que se avenga. Su indefensión es bella, porque contiene la necesidad de amarla y protegerla.
Confieso que, mientras procesaba las fotos que le hice, se me saltaron las lágrimas.
CANCIONES PARA LORENA:
Cassia Eller pertenece a mi mundo brasilero [es un mundo que visito siempre cuando llega el calor]. Seguro que es un descubrimiento para algunos.
Zizi Possi es más de los mismo... me encanta escucharla cuando tengo sueño/sueños.
Este retrato de Silvio viene perfecto a la poesía... es delicioso.
Y de pronto me acordé de este tema de Aute, que no lo oía desde hace años... estaré tonto.
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