El día nos salió en Béjar entre ambarino y rojizo por el difumino que el humo realizaba con los rayos solares, y salir a la calle era enfrentarse a ese olor peculiar [que no malo] de los días de incendio grandote. Desde la calle solo se veía el cielo, y las premoniciones que traían las miradas no eran nada buenas.
Por la noche miré el fuego de otra forma, con ese mágico sopor de enfocar los ojos en lo oscuro y sentirlo potencia, hogar, fuente de pensamientos nuevos... y medio bizqueaba imaginando su valor purificador y su consecuente en toda la mítica humana... se estaba deshaciendo una parte del tesoro natural de nuestra tierra y yo andaba pensando en el valor simbólico del fuego vivo, en la poética de la llama, en el negro carbón que es promesa si consigue hacerse suelo, en las cenizas con su tez literaria y esa calma triste de paisaje quemado.
El hombre y el fuego han crecido juntos y se han hecho el uno al otro desde el principio de la chispa inteligente, pero el fuego siempre ha sabido cobrarse todas las deudas pendientes... y el incendio de hoy es una dura deuda cobrada al hombre.
Dormí mal, como sintiendo el lamido de las llamas en mis pies y en mis muslos... incluso me desperté un par de veces envuelto en sudor y como mareado.... después, nada.
Ahora no sé si me gusta el fuego... pero me atrae, seguro que me atrae.
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