Sé que es una maldad, pero no me resisto a contarla porque me arrepentiría de no hacerlo.
Hace unos meses, cuando montaba obra propia como decoración de un hotel en un pueblito de la Sierra de Francia, durante uno de los descansos de aquel ajetreo decorativo, me acerqué a la plaza del pueblito para tomarme una Coke fría, pues hacía un calor del carajo. Para mi sorpresa, allí estaba uno de mis más admirados amigos sentado junto a una lindísima chica argentina a la que me presentó como su pareja. Yo, alegre de encontrarme a mi amigo, acepté la invitación de sentarme con ellos a tomar mi refresco y charlamos animadamente de cosas banales.
Debo contar, antes de continuar con el relato, que tengo muy mala memoria cercana [y también lejana] en lo que se refiere a nombres, calles y números de teléfono, por lo que uso nombres icono que me sirven siempre para salir del paso. Si el objeto del olvido es un varón, lo llamo siempre ‘chiquitín’; y si el objeto del olvido es una dama, inmediatamente se gana el apelativo de ‘periquita’.
Bien, pues que se me olvidó el nombre de la linda pareja argentina de mi amigo y la llamé periquita un par de veces durante la conversación. En un momento dado, la chica sacó de su bolso un pequeño Mac Book y se puso a trabajar con él en la mesita de la terraza mientras mi amigo y yo continuábamos la charla.
Se acabó mi descanso, me despedí de mi amigo y de su hermosa chica y volví a mi tarea decoradora.
Pasó el tiempo y coincidió que mi amigo grande y yo hicimos un viaje juntos hacia el Sur, uno de esos viajes largos en los que da tiempo a charlar de todo y hasta a hacerse confesiones de cualquier carácter, que en otras circunstancias no se harían. Pues a mí se me ocurrió preguntarle al colega por su pareja, a lo que me contestó que ya no estaban juntos desde hacía un tiempo... yo le dije que me había parecido en una primera impresión una chica maja, que era muy guapa y parecía inteligente... y él me dijo como un corte de navaja: ‘pues tú a ella no le caíste nada bien... me dijo que eras un machista y que a ella no le llama nadie ‘periquita’... hasta el punto de que ese día discutimos a causa de tu epíteto’.
Me sorprendió aquello y lo dejamos aparcado... aunque durante los días de viaje lo saqué alguna vez con cierto afán de defenderme medio en broma, medio en serio.
El caso es que hoy he asistido a una representación teatral sobre la obra de Benedetti y, de pronto, me quedé absorto... la periquita argentina actuaba en dicha obra con el papel de “La Secretaria Ideal”, una mujer acosada por su jefe que pertenece a uno de los poemas más celebrados del colega Bene... la periquita, amigos, estaba haciendo de ‘periquita’ para mí –entre otros asistentes–. No lo hizo mal, pero a mí, a pesar de la leve dureza de las escenas, se me abría una sonrisa de oreja a oreja cada vez que la chica interpretaba... y me acordaba de mi amigo, mientras pensaba si ya habrían hecho las paces o la cosa se habría quedado en la distancia.
No estaba mal la moza, lo confieso... pero me daba risa.
Lo mejor de todo es que si hay algo que sé que no soy, es machista, eso a pesar de mi pose misógina –según vengan los tiros dados– y, sobre todo, de mi expresión literaria misógina –que es amplia.El problema siempre ha venido de que el lector confunde al autor con su obra –ya lo he dicho aquí hasta la extenuación–, y poniéndome misógino, fundamentalmente son mujeres quienes caen siempre en ese error... su tendencia a fabular y a hacerse mundos inventados a partir de cualquier señal les lleva a eso, al fracaso interpretativo y a la confusión.
Yo puedo lanzar feromonas que no gusten, puedo ser desagradable a la vista o al olfato, puedo caer mal porque sí y basta, puedo comportarme como un auténtico gilipollas... pero no, periquitas, no soy nada machista en mi realidad... y nada misógino.
Feministas... qué fracaso.
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Las escenas que me apasionan...
"El tercer Hombre"
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"Con la muerte en los talones"
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"Amarcord"
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"Amelie"
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"El graduado"
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"Casablanca"
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"Desayuno con diamantes"
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y esta escena de Antoine Doinel
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