Fin de semana de pasión, cojones... comenzó todo ayer con un jodido dolor de muelas y hoy se ha concretado en un agudo dolor en mi oído derecho que apenas me permite abrir los ojos y no me deja comer ni mover mi cabeza con soltura... y mira que sé que la experiencia del ‘sufrimiento’ [y lo pongo entre comillas para que nadie se ponga en comparaciones y me machaque] es un acto de vida, una señal magnífica de que lates y estás, que se caracteriza porque reduce nuestra capacidad natural de ser y estar, a la vez que focaliza toda nuestra atención [en forma de tensión] en esa pulsión dolorosa que late... pero también hemos de ver la llegada del dolor como el necesario contrapunto del placer, ya que uno no podría existir sin el otro.
Sabiendo, pues, que el dolor ha de llegarnos en mil formas y, normalmente, sin aviso... me parece una buena actitud la de estar preparados para recibirlo, ya que la sorpresa del dolor termina haciéndolo mucho más intenso y menos soportable, y lo hace por ‘consternación’ [ese sentimiento que ligado al dolor lo multiplica]... así, cuando pasa la sorpresa del dolor y nos tomamos como normal la idea de padecerlo, ese daño parece que se aminora y se va haciendo soportable.
Otro aspecto a tener en cuenta es un añadido que suele traer el dolor en forma de ruptura de muchos de nuestros hábitos... circunstancia que también proporciona intensidad al golpe [si todos los días acostumbras a fumarte unos cigarrillos y tomas café con unos colegas a la misma hora, si sueles escribir un par de horas diarias, si te gusta dar un paseo después de comer... y no puedes hacerlo por causa del dolor, éste tiende a ser más agudo]... entonces debemos tener preparados otros hábitos alternativos y factibles que se puedan hacer con el dolor puesto para que se aminore.
A más, está el miedo cerval que le tenemos al sufrimiento, que es otra circunstancia que tiende a magnificarlo... y debemos atacar a ese miedo con el convencimiento previo de que el dolor es una parte irrenunciable de nuestras vidas que vamos a tener en diversos tramos y en distintas facetas e intensidades, aceptándolo con tranquilidad y, sobre todo, como parte de nuestra existencia... pero no con resignación, ojo, sino con ímpetu por salir adelante, intentando modificar las condiciones que nos han llevado al dolor [debemos tener siempre muy en cuenta que nuestro comportamiento funciona por comparación y, por tanto, las valoraciones de nuestro propio dolor también están atadas a ser comparadas con el dolor de los demás, y a ser medidas por esos dolores ajenos... patentes son los ejemplo de los accidentados que apenas sienten el dolor de su herida mientras atienden al compañero que está más grave]... la intensidad del dolor va siempre en función de la perspectiva que tomemos con respecto a él, de la familiaridad con la que nos lo tomemos, del valor con el que lo enfrentemos y con la fuerza con la que intentemos huir de la angustia [ese estado mental de final que nos acucia siempre ante situaciones complicadas o terribles].
Que el dolor no nos paralice es lo importante... que no nos paralice y que nos refuerce ante los próximos estados de desesperación, que nos enseñe a tramitar la vida en los más adecuados estados de calma, que nos proporcione paciencia y nuevos horizontes a los que atacar... y que nos haga sentirnos vivos, sobre todo eso, vivos porque dolemos y gozamos.
Este puñetero oído derecho me tiene hoy frito, coño.
* En la foto, mi madre y yo.
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