Wednesday, January 27, 2010

Cuartetos encadenados, mi entrenamiento de hoy.



UNA HISTORIA GUTENBERG, Y CASI REAL, DE ENTRENAMIENTO EN CUARTETOS ENCADENADOS

Vino a verme don Pero, que es un mero
que me encarga trabajos en la imprenta,
y me pilló entre el yellow y el magenta
pensando en mis problemas para enero.

Invitele a pasar a mi despacho
con el respeto justo a su consumo,
aunque no recordé que olía a humo
porque había fumado hasta el empacho

y a don Pero los humos no le gustan,
porque no es fumador y es puñetero
cuando ve preñadito un cenicero
de colillas que huelen y que asustan.

Ofrecile yo asiento y se sentuvo,
y yo me acomodé en el orejero
esperando con ojos de imprentero
que don Pero encargase por un tubo.

Abrió su cartapacio con boato
y sacó de su entraña papelotes
que mostrome seriados y por lotes
mientras me daba idea del formato.

Le entendí a la primera, soy buen socio,
y anoté su encargote con detalle:
cuarentamil revistas de ese talle
que lo llaman acuatro en el negocio,

todo en cuatricromía de la buena,
con maqueta completa y revisiones,
con las pruebas precisas y los nones
que crezcan a la luz de esta verbena.

Del papel dijo poco, que no entiende
don Pero de gramajes ni de tactos.
Solo dijo “que brille... y que en dos actos
sus hojas pasen raudas, alipende”.

Me puse con mi gente a trabajar
maquetaciones de lo más moderno
e incluso llegué a hacerle algún cuaderno
con propuesta de asuntos a cambiar.

Llamé a don Pero a los catorce días
para que viese las primeras pruebas
y se acercó a mirar en las galeras
si habíamos acertado con sus guías.

Puso mil pegas, coño, siempre lo hace,
dio unas voces al tiempo que tachaba,
cambió todo a la vez que yo me hartaba
de aguantar su costumbre de rechace.

Rehicimos hasta darle forma al mulo
y después de una ristra de visitas
de don Pero con borra, corta y quitas...
quedó el arte final... y yo hasta el culo.

Vista la maquetota y aceptada,
don Pero pidió precio y se lo hice...
“me parece carísimo”... y maldice.
Lo rebajo... lo acepta... y muerte a espada.

Con el contrato en firme... lo valoro:
no tenemos imprenta suficiente
para hacer este curro de un repente...
así que subcontrato y no me azoro.

Pasan los quince días de rigor
y llegan las revistas en paquetes
[un trailer enterito] y en dos bretes
las tiene ya don Pero en su redor.

Facturo y pongo el IVA en la factura,
la envío sin demora a mi cliente
y quedo en esa espera consecuente
de que don Pero suelte la gordura.

Pasa un mes y don Pero no da signos
de acercarse a pagar la intimorata
y me toca llamarle, vaya nata,
para ver si apoquina. Me persigno.

Llamo y Pero me dice muy amable
que me pase a buscarle a su despacho.
Yo me paso, pues no me queda empacho,
y espero que me pague y me eche un cable.

Don Pero, sonriente, en plan calé,
saca de su cajón una chequera
y con una Mont Blanc dicharachera
me firma de inmediato un pagaré.

Lo tomo, le sonrío, me despido...
y corro sin resuello hasta la altura
del banco que me cobra con usura...
presento el pagaré al cajero henchido

que me dice que espere a que don Joro,
el director bancario de esa cueva,
regrese de un asunto que le lleva
tomando un cerveza en Piel de Toro.

Le espero, se demora, me encocoro...
y le digo al cajero de la vera
que me eche una manita pinturera
y llame a Piel de Toro al tal don Joro.

Le llama, y en un tramo, con su traje,
llega don Joro al banco y me saluda
con esa cosa tonta tan boluda
de todos los que cobran los peajes.

Le enseño el pagaré y se parte el culo...
“Felipe, te engañó otra vez don Pero...
no te dije que no tiene dinero
y de crédito va peor que en rulos”.

Y yo, escupiendo sapos y culebras,
regreso hasta la imprenta desquiciado,
pues vence lo de lo subcontratado
y tengo que pagar aunque sea en hebras.

Visito varios bancos de la zona
y nadie da valor al pagaré,
así que debo hacer el paripé
y quedar más corrido que una mona.

Pago de donde puedo mi factura
e intento respirar por unos días,
aunque haya puesto perras de las mías,
hasta ver cómo sangro al caradura.

Y entre ese muévete y estate quieto
recibo con acuse el gordo aviso
de que mi banco me ha devuelto liso
el trimestre del IVA. Me encroqueto.

Resumamos un poco, que es tan largo
el trámite imprentero que les cuento
que es fácil que se pierdan en el cuento
de tanto sinsabor y rato amargo:

Veamos: Pero encarga y yo trabajo;
enseño pruebas, cambio y pongo precio,
me rebajan, acepto y a otro tercio...
subcontrato sin más ese trabajo.

Llega el trabajo y yo, presto, lo entrego,
no se le ponen pegas y facturo,
me dan un pagaré y no hay ni un duro
en la cuenta de cargo del charnego.

Pago la subcontrata con lo mío
y me quedo a dos velas hasta ver
si a don Pero le puedo convencer
de que me pague y ponga fin al lío.

Entre medias, Hacienda, a quien recaudo
las pelas de sus ivas primorosos,
me exige el pago urgente, son golosos,
y me acusa sin más de que defraudo.

Al mes de no pagar, me carga un veinte,
y un cinco más a los sesenta días...
y un mes después, que Hacienda nunca fía,
me avisa de un embargo procedente.

Yo alucino y me siento alicaído
mientras don Pero goza sus revistas,
don Joro suma y resta de mi lista
y Hacienda no comprende mi latido.

Así que, sin pensármelo dos veces,
tomo la faca grande del meriende,
la de cortar jamón... ¿a que se entiende?,
y salgo a trajinarme a los tres peces.

A Pero me lo encuentro en su despacho
y antes de ver mi faca me pregunta
si hubo dificultades con la yunta...
le meto un navajazo... ¡toma, macho!

Y me voy ya caliente a por don Joro,
que no está en su oficina, lo sabía...
así que, sin preguntas ni folías,
lo busco y lo trajino en Piel de Toro.

Después le toca a Hacienda... y son bastantes.
Una faca no sirve, así que busco
mi vieja recortada, esto va chusco,
y me corro a ciscarles sus delantes.

Me cargué como a cinco hasta que vino
la poli con sus coches a cazarme.
No puse resistencia y, al grillarme,
sentí que había cumplido mi destino.

Ahora, feliz, sonrío y vivo en Topas,
hago balones para los de Adidas
y solo me perturban las movidas
de dos exdrogadictos con sus mopas.

© lfcomendador

El 'Cuarteto' se compone de cuatro versos endecasílabos, con rima consonante. Su esquema es ABBA y llegó a España a mediados del siglo XVI.

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