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Fijar mis obsesiones como en una cosmovisión y tirarme a un vacío de palabras... siempre ‘avant la lettre’, como los muertos en los mausoleos... desacralizarlo todo y darle a cada cosa su valor de intranscendente, a cada gesto su valor de vacío, a cada hombre su escaso valor de paso... sentir y pensar para probarme vivo... y jugar, sobre todo jugar, como hacía Girondo.
El cable suelto que cuelga de la pared de enfrente puede ser contrapunto, la muerte o la distancia... pero también puede ser el miembro desbrotado de una noche de amor, o el cabello de mujer que un día fue cierva, o el látigo bestial del cruel torturador que cada uno lleva adentro... el cable suelto que cuelga de la pared promete quizás un nuevo ahorcado o la próxima cosecha de embutido... me giro y la vieja está mirando por la ventana, mira con ojos de vieja, con rencor de vieja, con imposibilidad de vieja... dije alguna vez que la vejez es fea, sobre todo porque la vejez es un estado, no un tiempo del hombre, es una forma de sentirse y mostrarse, un singanas de que se acabe todo para sí y, por extensión, para todo lo demás... la vieja tiene gafas de vieja, ropa de vieja, maneras de vieja... ayer me ralló el coche con sus llaves de casa [ya lo ha hecho varias veces]... no soporta las risas claras ni que la gente hable animada entre sí, no soporta el bullicio de los críos y vigila siempre desde su ventana [que es la misma ventana del Leteo]... la vieja es vieja porque es insoportable, hiriente, recelosa... quizás perdió algún hijo hace ya años y eso es lo que la puso vieja... ella no ve el cable suelto, no sabe que el cable suelto sería su posibilidad, no puede verlo porque su mundo consiste en terminar con todo... y comienza a cerrarse una cortina de lluvia, parece de visillos blancos o de piel de novia... me mojo y deshereda la piel a mi camisa... las manos se abolsillan y juegan a enredar con el llavero, el cuello se penetra entre los hombros como un sexo aterido, la cabeza se agacha... pero no se está mal... me armo un cigarrillo y lo enciendo despacio en la cueva de carne de las manos... fumo lento... y asoma la mujer de Chincha rezando por la calle, rogándole al dios suyo que le cuide a los hijos, que le propicie agua y plátanos verdes, que le dé alguna noche lo que ya tienen otros... la vieja no sabe nada de esto, no podría comprender que hay mujeres que caminan a la vez en dos mundos distintos buscándose unos pasos que jamás serán dados... el humo se hace nube pequeñita.
Me hiero despacito, por dentro, sin que nadie lo note... me digo “eres imbécil por conformarte con ser lo que ya ha sido”... y llamo al viejo F... es otra clase de vejez la del viejo, no es de estado... y paseamos juntos...
Te encuentro algo más grueso y macerado, viejo... han sido los festines navideños, ¿verdad?... nunca pudiste ponerle un no a las marquesitas ni a los generosos trozos de panetone... has subido de peso y se nota en tu sonrisa, aunque también llevas dos pinceladas tristes en los ojos... que se pongan tristes ellos, viejo, que ésa no es tu cadena... déjalos que se enfajen de billetes y que sientan el ahogo de lo que tienen, déjalos que sigan aplastados por el peso de sus cosas... como ellos caminan se camina mal y, lo peor, jamás se llega... aunque así, como tú eres, tampoco se llega a parte alguna, pero se camina fácil, que al final es lo mejor para el viaje.
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