La mujer que mejor entendía la poesía dentro de la música, un ángel extraordinario en nuestro tiempo, la voz que más me sensibilizaba desde hace varios años... murió el día uno de enero en Montreal a los 37 años y no es justo.
Hoy estoy muy triste.
Temblad con una de sus últimas grabaciones [abril de 2009] junto a Patrick Watson.... a mí me pone blandito, gatinino y absolutamente erizado.
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Es la hostia... me levanto con la noticia de la muerte de Lhasa y me desubico varios grados más de los normales en esas crueles salidas matinales de la cama... me estiro sentado en el retrete y de pronto se me caen unas lágrimas... son buenas... Lhasa las merece... y me pongo al trasiego de reconocerme... mirada a mi desnudo en el espejo, cálculo mental de mi peso, movimientos de diversas articulaciones para ver si funcionan, caricia a mi rodilla dormida, mirada intensa a mis ojos y valoración a distancia de mi sexo... todo como siempre, jodido, pero no demasiado. Persiste mi angustia de estómago, aunque va a menos desde que comenzó el dolor en la noche de fin de año y las mucosas tabaqueras me hacen carraspear durante un rato... todo normal.
Me clavo en la ducha y, como soy el primero en utilizarla, me pinchan las primeras gotas frías hasta despertarme del todo... hostia, Lhasa ha muerto, es una putada grande que la muerte se lleve a los mejores, a los imprescindibles... desayuno dos dedos de leche fría y me tiro a la calle... humedad por todos lados, niebla, frío... llego el primero al curro y enciendo las luces y las máquinas... todo parece más triste que de costumbre... me conecto para ver la noticia de la muerte de Lhasa, como queriendo haberme equivocado al escuchar la noticia entre sueños... Lhasa ha muerto, coño, es verdad... y recibo a mi gente, que llega al curro como un goteo, y tomo los fondos de hucha SBQ y me acerco hasta La Caixa para hacer el ingreso y enviar pelas a Perú... allí saludo a Gerar y charlo un rato con él... me pregunta por mi salud y le cuento que ando chungo... toma una de sus tarjetas personales y en el envés escribe “Omeaprozol... protector estomacal”... y me dice “puedes tomar los que quieras antes del desayuno, que no tienen contraindicaciones... a mí me van de fábula... ah, y tienes que traer 60 euros para poner la cuenta al día...”... y me pongo a pensar en la situación cómica de que el director de uno de los bancos con los que trabajo me pase consulta y me recete... se lo agradezco y me vuelvo al trabajo sin muchas ganas... no hay curro y me viene a invitar a un café el amigo Joselín... subimos a PdT, donde está otro de los directores de banca que me prestan sus servicios, Andrino, que enseguida nos pide consumición mientras se pone futurólogo... “Felipe, te van a cortar el teléfono”... y me da la risa, porque se ha muerto Lhasa, Gerar me ha recetado Omeaprozol y Andrino está leyéndome el futuro... el mundo se descontextualiza solo sin que yo me empeñe en ello... es la hostia.
Luego Josetxo, que viene a ver las sillas de mi abuela para su local de arte “No te salves”... son el mejor lugar que pudiera imaginarse para esas sillas recuerdo que un día me quedé para que no se pudrieran en la basura... “...y, Felipe, ¿una silla antigua de despacho que tienes allí, que está rota... la puedo traer también y restaurarla?... es absolutamente divina”... es mi silla, Josetxo, en la que he escrito todos mis poemas, en la que he pasado los malos y los buenos momentos, en la que he pensado, en la que he muerto y vivido eternamente... es tuya, como el espíritu de Lhasa que hoy me trae mordido y remuerto de pena...
Y luego a casa, a comer... pero me quedo dormido antes en el sofá, estoy como mareado, ido, indespierto, triste de atar y desatar... y como mal mis espaguetis con carne y tomate, y como mal mi par de mandarinas... Lhasa, no puede ser, no debe ser... y paseo la niebla para volver al curro... y vuelvo a llorar a solas, caminando...
No hay lugar para los hombres penúltimos...
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