Tócame y notarás el frío, pero no temas, que jamás me harás daño. Solo sentirás el latido del hombre que he trabado en mí durante estos fáciles cincuenta años de vida en los que no me hizo falta un tronco al que asirme hasta tocar la costa [presiento que a partir de ahora seré el náufrago].
Tócame y sabrás que no estás tocándome a mí, sino a los días en los que fui orgulloso y me creí salvado… notarás el fresquito del angosto pasillo que lleva hasta donde estoy de verdad, desnudo, en posición fetal. Sabrás entonces que no podrás impedir que yo suceda fuera de mí y que sobreviva en mi escondite hasta que el cuchillo haga la marca sobre el alambre y todo sea la nada que ya ha sido.
También puedes tocarme para saber mi piel sedimentaria y sus plegadas fallas, tocarme la cutícula y los caídos bosques que decoran sin gracia mis abismadas frondas, tocarme las pestañas y las papilas quemadas por el tabaco y la sopa caliente, tocarme el interdedo y la cruel queratina de las uñas, el miembro hasta la crema amarga y el laberinto infecto del escroto; tocarme el cabello suave y caedizo como si fueras a la lluvia, tocarme las corvas y los muslos como a un caballo viejo, el lomo como al perro rendido, el rosario que me muele la espalda, el pecho de sabana o tundra, los pies deshechos… pero apenas tendrás de mí una imagen que no se corresponde con mi coreografía.
Tócame con angustia científica, buscando en los estratos los besos que no he dado y el deseo que murió en los lavabos… indaga en la pasión callada al tocarme y búscate en ella como una caridad o dos monedas.
Tócame… y notarás frío.
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