Monday, August 11, 2008

Sin cámara en Fuping.


Y en la curva de la tarde un desvelo de puentes medio derretidos por el calor que son como una siesta. Es hora de usar los brazos como se usan los remos en las barcas, de bogar por las calles en las que el frío se perdió a principios de marzo arropado de lluvias y un rocío de sierra que no soporta demasiado la calma de los horarios. Béjar es como un vientre en el que se hace la digestión de sus hombres cada día, un vientre lleno a primera hora y medio vaciado y sonoro por las noches. En él termina el sueño cuando empieza el bostezo de los hombres, y en él estamos todos calmados y enloquecidos, siendo grillos o moscas.
Y por los poros de la ciudad vamos saliendo como un sudor pequeño que brizna y se hace escombros, un sudor que unas veces tiene trenzas y otras solo flequillo. Entonces hay que discurrir y aprender a darle valor a lo importante y a quitárselo a lo que va de falsete.
Yo tengo hijos y padres y esposa y suegro, y además trabajo en verano como un cabrón [mis padres me echan una mano y mi suegro me la quita] y tengo que pagar a duras penas a mis empleados. Y hay un gran dictador [un Gran Hermano] que ordena y manda, que decide e indica lo que se debe hacer, dónde se debe dormir, qué se debe comer, cómo se debe actuar… y yo ya estoy hartito de tanta gilipollez y de tanta sonsería melindrera. Simplemente quiero vivir marcando mi norte y mis fronteras, siendo dueño de mi tiempo y gestionándolo a mi antojo. Decidir qué hago y qué no hago, marcar mis prioridades y darle importancia a lo que la merezca.
Un hombre de 50 años marcado por el capricho absurdo de un gran hermano timorato y con tontos problemas de conciencia. Yo, que busco en la razón constantemente, sigo como un cordero la senda que me marca quien no debe marcármela.
Y soy alegre, y me mantengo activo y entrenado, y soy un tipo dispuesto a lo que haga falta cuando comprendo los límites y abordo las situaciones… pero me destruye el gran hermano con sus cuitas y sus deberes morales impuestos, me arruina la vida y me lleva a la muerte con tesón, me doma con facilidad [a mí, que siempre me creí indomable]. Y empiezo a odiarle ya, y no me gusta hacerlo.
En fin, que seguiré en la brecha a pesar de lo que suceda, a pesar de mi cuota taxista y del desinterés que suscito cuando opino y me quejo, a pesar de poner siempre aunque no tenga, a pesar de que sé a ciencia cierta que todo seguirá igual o irá a peor, y que cada uno vamos a lo nuestro sin pensar demasiado en lo de los demás.
Y nada, que tocó desahogo sin más. Desahogo para seguir ahogándome en esta podredumbre de hombres que se creyeron dioses un día y hoy buscan a algún dios menor en el que sujetarse.
Por cierto, que Albertito salió ayer a un día mágico en la ciudad de Fuping [me dice que es una ciudad no explotada por el turismo], por la que paseó sin escolta en compañía del ceramista Rafa Pérez y se quedó encantado de la amabilidad y la simpatía de toda la gente con la que se cruzó y de la curiosidad que despertaban sus dos rostros occidentales entre el personal fupingano. De las mujeres del lugar me cuenta que “a cierta edad tienen una belleza virginal difícil de asumir”. Lo malo es que murio su supercámara en el peor momento [siempre tuviste tu puntito gafe, campeón].
Mañana le cuento a tu padre tus andazas, Albertote, que hoy no ha tenido partida.

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